14 diciembre 2009

Maltrato a la mujer

Asomó a sus labios un suspiro y expiró. Se escapó su último aliento, el último recoveco de vida dentro de aquel cuerpo tan machacado.
Él no la quería, la había maltratado tanto como había querido con ese regusto a alcohol en su sonrisa maliciosa, esa de "lo que te voy a hacer por ser tan puta", y había abusado de ella hasta que había gemido desgarradoramente, tanto que su llanto parecía un aria fúnebre sonando a medianoche.
Cada vez que él entraba en casa ella se sentaba en una esquina de la habitación, entre el armario y la pared, se rodeaba las rodillas con sus débiles brazos tan fuerte como podía, escondía su rostro entre ellos y comenzaba a llorar en silencio. Entonces él entraba dando tumbos por el pasillo hasta llegar a la habitación, y comenzaba el calvario de siempre.
-¡¿Dónde estás, zorra?! - gritaba mientras se apoyaba como podía en el marco de la puerta para no caerse.
Iba siempre tan ebrio que no era capaz de recordar la forma sistemática en que realizaba su agresión, quizá porque la mayoría de las veces no era consciente ni de haberla realizado.
-¡He dicho que dónde estás! -permanecía en silencio escudriñando la habitación que estaba completamente a oscuras y escuchaba su respiración entrecortada, se dirigía hacia ella como podía y la asía del brazo tirando de ella como si fuese un mero objeto. Le arrancaba la ropa violentamente. La golpeaba cada vez que oía su llanto. La lanzaba sobre el colchón una vez desnuda, se soltaba el cinturón, se bajaba el pantalón y se sentaba sobre ella. Besaba y manoseaba su indefenso cuerpo bruscamente, dejando el hedor a alcohol incrustado en su piel como prueba del delito y le enredaba el pelo brutamente, habiendo arrancado en ocasiones algún mechon de su cabello. La embestía con fiereza, destruyéndola cada vez un poco más, acabando con su esperanza, su alegría, rompiendo sus huesos y su corazón, escuchando su llanto, su dolor a flor de piel, condenando su cuerpo y su alma. Mientras tanto él disfrutaba, se regocijaba, agarraba su piel con tanta fuerza que le producía hematomas y parecía disfrutar aún más con eso, con su dolor, con sus lágrimas, con sus sollozos, con sus súplicas y con sus lamentos.
Cuando finalizaba, él se tumbaba boca arriba sobre la cama de matrimonio y ella permanecía acurrucada en una esquina de la cama, temblando y llorando en silencio hasta que él se dormía para escaparse a la bañera.
La llenaba de agua caliente, se metía dentro para limpiarse por fuera, y guardaba la esperanza de poder purificarse también por dentro. Escondía la cabeza bajo el agua para huir del mundo, donde sólo oía el débil latido de su corazón y cuando no tenía más aire salía a la superficie jadeando y lamentándose de no haber aguantado un poquito más, hasta perder la consciencia, y finalmente liberarse de aquel castigo.
Con los ronquidos de su marido de fondo, comenzaba a hacerse preguntas, a sacar un poco de valor, o de orgullo. No sabía que había podido hacer mal para merecer aquel infierno, quizá simplemente su castigo era amar demasiado a una persona que no la quería. Quizá el miedo a dejarle, a vivir sin él, a que él la persiguiera como tantas veces había salido en la televisión. Tampoco era una buena idea asesinarle. Nada era una buena idea, no existía ninguna salida en la que en el final los protagonistas vivieran felices y comieran perdices, porque los protagonistas eran dos desconocidos que compartían cama. Y nada más.
Entonces, un día, ella hundió de nuevo su cabeza bajo el agua, escuchando únicamente los ronquidos de aquel desconocido al que amaba y después su corazón, primero despacio, débil, después acelerado, frenético. En ese momento llegó a su cuerpo una sensación de angustia y un fuerte dolor en el pecho y el cráneo. Luchó contra sus instintos para permanecer bajo el agua un poquito más, un poquito valdría, y una oleada de tristeza la invadió. Llegó el segundo de su vida en el que todo pasa ante tus ojos a una velocidad rapidísima, y aún así parece durar años.
Pasó por su mente, sus padres, su hermana pequeña, su muñeca preferida, su gatita, la casa del campo... La feria del pueblo, su novio y futuro marido sonriéndola, regalándole flores, sacándola a bailar. Ella reía y bailaba agitando sus cabellos al aire. Su marido borracho, su mano golpeando su rostro, él sobre ella y su cuerpo amoratado dentro de la bañera...
Había habido un tiempo en el que era feliz, y qué caprichoso es el destino (porque tenía que existir, no podía existir otra explicación para el transcurso de su vida) que le había hecho acabar así, muriendo ahogada en una bañera después de que su propio marido la hubiera violado. Había personas cuya existencia debía ser triste y miserable para que los demás pudieran sentirse un poco mejor al pensar en ellos, supuso que ella entraba dentro de ese grupo de personas y no le importó, está vez no, porque todo iba a acabar de una vez por todas. Y al menos con un poco de dignidad, porque no iba a ser él quien con sus sucias manos la matara, iba a hacerlo ella misma, para demostrarle el asco que le tenía, la repugnancia que de una vez por todas le producía, que ya no quedaba ni un ápice de amor. Nada; como a la protagonista de la novela de Carmen Laforet, no le quedaba nada. Se había agotado todo hacía media milésima. Quizá después de muerta alguien podría escribir una novela sobre su vida y así servir al menos para algo útil.
Finalmente dejó de luchar dentro del agua, de sentir esa presión en el pecho. Su mente se apagó y desconectó de su cuerpo y de lo que había sido su vida. Asomó a sus labios un suspiro y expiró. Se escapó su último aliento, el último recoveco de vida dentro de aquel cuerpo tan machacado.

Cuando él despertó no la vió tumbada junto a él, no la vio cocinando, ni limpiando, ni tampoco viendo la televisión. Reinaba en la casa un silencio sepulcral; sólo se oía la madera crugiendo bajo sus pies. Se dirigió hacia el baño y llamó a la puerta, nadie contestó, así que abrió la puerta.
Ella yacía desnuda en la bañera bajo el agua ya fría y con los ojos cerrados. Tenía la piel de color azulado y se podían distinguir sobre su piel los arañazos y moratones que él había dibujado sobre su piel. Se arrodilló junto a la bañera y sacó su cuerpo inerte con delicadeza, abrazándo su húmedo pecho, sobre el cual escondió sus lágrimas. Lágrimas que llegaban seis años tarde y que ya no servían de nada, ni siquiera para el perdón, porque existen cosas imperdonables y él, a pesar de todo, lo sabía.
Entre lágrimas y con la respiración entrecortada acertó a decir lo siento. ¿Pero de verdad podía sentirlo? No era él quien había sufrido aquel maltrato, aquel infierno terrenal. No tenía ni la más mínima idea, y lo sabía, y sabía que eso no era sufiente, que nada podía exculparle.
Un final como el de "Romeo y Julieta" podría haber sido muy bonito, incluso romántico, pensó, pero aquello ya no iba de amor. Ahora le tocaba aceptar su destino, como ella había aceptado el suyo.

12 noviembre 2009

Alicia

A Alicia, un día, se le escapó el alma por la boca, y realmente no sintió nada, se quedó tal cual estaba. No le pasó nada, ni si desplomó, ni se puso triste, ni le dolió un poquito el corazón. Pero es que fue eso exactamente lo que le sucedió, que no sintió nada porque no podía sentir, y no le dolía nada, y realmente estaba triste pero ella no lo sabía, porque ella ya no podía saber esas cosas. Era una extraterrestre en la Tierra, un ser nuevo suelto en plena ciudad. Fuerte como ninguno y frío como todos.
Nadie la reconocía, era alguien desconocido, una nueva mujer. ¿O debería decir una nueva máquina? Sé que es difícil de imaginar, pero Alicia estaba vacía, hueca, como los botes de galletas después del desayuno y las bolsas de gominolas después de un atracón. Pero mucho menos dulce. Y esto a Sergio le dolía, porque Sergio quería a Alicia desde hace mucho tiempo. La quería en silencio, a escondidas, en pequeños retazos, a sutiles pinceladas que se entreveían en sus sonrisas matutinas, y se ponía triste porque ahora ella le saludaba como se saluda a un extraño de esos que miran con insistencia cuando una está en el ascensor o espera en la parada de autobús. Le sonreía de mentiras y bajaba la cabeza, entre ruborizada y nerviosa, si es que ella podía estarlo.
Sergio estaba más triste que nunca, así que un día habló a Alicia en la parada de autobus.
-Alicia, dime, ¿qué te sucede últimamente? Estás rara, distante, fría.
-¡Oh, no lo sé Sergio! Es horrible, yo también lo sé. ¿Sabes? Me siento como de otro planeta, me siento aburrida. Todo me parece igual, soy una conformista. ¡Yo! ¿Te lo puedes creer? Yo nunca he sido eso, yo soy de las que sonríen cuando un rayo de sol les roza la piel, que miran atontadas el atardecer desde la ventana y caminan tarareando canciones, y en cambio, ya nada de eso me gusta. No sé qué me sucede. Realmente no estoy triste, y quizá eso sea lo peor de todo. Sergio, no siento, me siento como si fuera una máquina. Pero sé algo, y es que no me gusta lo que veo. Sergio... necesito que me salves... ¡sálvame!
Entonces, Sergio, llevado por un impulso, le dió un beso, que resultó ser la cura de todos los males del mundo, porque Alicia tenía un corazón tan grande, que tenía un alma de repuesto.

07 octubre 2009

Los versos bonitos se me quedaron en las pestañas, haciendo poesía en tus pupilas. Y es que poesía eres tú, como Becquer me dijo hace años y hoy aún le creo. Y que alguien venga a rebatirle, que alguien no le crea después de mirarte, de verme en ti, de arrancarte hasta el pensamiento.
¡Joder! No tienen ni idea de que hay cosas que van más allá de lo físico, de que todos nosotros somos almas libres corriendo en pos de una efímera felicidad y una pizca de amor. Y que yo sólo me ataría a ti.

15 septiembre 2009

Lloraba a mares.

Y entonces ella permaneció allí tirada en el suelo viendo la gente pasar, como un pañuelo tirado en el suelo y mojado por la lluvia. Su cuerpo estaba completamente empapado, llovía con fuerza, y sus pestañas eran saladas. El pelo le caía sobre la cara que se tapaba con las manos.
Ya no estaba.
Era increíble la rapidez con la que la gente se viene y va, con la facilidad que ganamos y perdemos, la fragilidad de un corazón, lo difícil que se nos hace caminar a veces, mover un solo musculo, e incluso respirar sin ahogarse en sí mismo.
Había desaparecido. Unos minutos antes estaba ahí, con ella, ¿y ahora? Ya no había nadie.
¿Cuándo volvería?O quizá, ¿Volvería alguna vez? ¿Era un adiós o un hasta pronto? ¿La echaría tanto de menos como ella lo hacía? ¿Tendría las pestañas saladas? ¿Estarían pensando lo mismo en ese momento? ¿Era demasiado estúpida por pensar todo eso?
Y lloraba. Lloraba a mares. O quizá era la lluvia. O quizá ambas. Pero llovía salado, amargo, agrio. Quemaba. Se estaba quemando. O helando. No sabía si viva o muerta, si acelerada o adormitada.
Triste. Triste como ella. Ahora todo era triste. Triste como cuando los árboles no tenían hojas o... o como cuando ella se iba.

09 agosto 2009

Carla



Carla es de ese tipo de mujeres que parecen haber nacido para que los demás al mirarlas se sientan un poco mejor con su vidas.
Hasta el destino se ha reído de ella, tantas veces que a la décima decidió dejar de contar. La primera vez fue en un callejón cuando tenía trece años, allí dijo adiós a su virginidad y casi -casi- a su vida.
Mujer de futuro incierto y muerta en vida que sólo busca algo de luz entre tanta oscuridad.
Carla vende su cuerpo por dinero, y no tendrá ningún reparo en decirte que es una puta, porque ,como ella dice: al fin y al cabo es lo que es, aunque otros quieran llamarlo de otra forma.
Si no puede esperar más de la vida no lo va a hacer. No quiere fingir ser quien no es y nunca será. No quiere falsas ilusiones ni tampoco sueños que no se cumplirán.
Quiere vivir. Pero si no le dejan, basta con pasar de largo y hasta nunca.
Son las ocho y tres minutos de un martes de febrero.
Carla se encuentra en su habitación en un hostal de mala muerte rodeada de un hedor a cañerías oxidadas. Restos de cocaína permanecen sobre la mesilla, su ropa rota descansa sobre una silla y ella yace en la cama desnuda, mostrando su cuerpo lleno de heridas y cicatrices a ese hombre que no la está mirando y nunca lo hizo, que nunca la miró a los ojos y le dijo que la quería, a ese hombre que nunca existió. Carla tiene una pistola en la mano, y sin embargo eso a nadie le importa. A nadie le importa esa hora, ni ese día, ni esa habitación, ni que Carla esté a punto de suicidarse. Eso le da igual a todo el mundo, y lo peor, es que a ella también.

¡Pum!

16 junio 2009

Las gotas de sudor se me pegaban al cuerpo como las gotas de rocío a las hojas. y yo eramos todo uno, nuestros cuerpos encajaban tan bien que parecíamos las piezas contiguas de un puzzle. Tu vientre rozaba cada milímetro del mío sin dejar espacio para lamentaciones. El dibujo de tus labios se extendía por cada centímetro de mi piel. Nuestras respiraciones a contratiempo. Tus palabras desordenadas y juguetonas llenando silencios abarrotados de ideas suspendias en el aire. Y . Y otra vez en cada manecilla del reloj, en cada bombeo de sangre por un cuerpo ávido de ti, en cada subidón de adrenalina, en cada palabra que quedó a medias, en cada gemido, en cada orgasmo.

13 junio 2009

Marta: III parte

Se despertó. Le pesaban los párpados más de lo normal, como si llevasen toda una eternidad abiertos y buscasen el momento en el que dejarse caer permanentemente. Marta estaba exhausta y sin ninguna energía. Se levantó de la cama y se vistió. Fue a la cocina pero no desayuno y salió por la puerta dejando a su madre afligida y preocupada.
Su llegada al instituto fue como siempre, como todas las mañanas, llena de burlas y risitas de la gente que pasaba a su alrededor. "Como si me importase lo que piensan los demás", mientras una lagrima recorría su cara. Por lo demás, la mañana transcurría sin contratiempos, como todas desde hace años: en soledad. Nadie puede imaginarse lo duro que es vivir sin, al menos, un buen amigo a su lado hasta que no tiene que experimentarlo.
No era capaz de poner su atención en ninguna de las explicaciones, y para complementarlo, tenía mareos cada dos por tres. Se sentía infinitamente débil y sentía que iba a perder la consciencia en cualquier momento. Finalmente, a cuarta hora, durante la clase de matemáticas llegó lo más humillante del día: salir a la pizarra a resolver los deberes.
Marta intentó parecer lo más firme posible y se levantó de la silla con tanta decisión como se lo permitía su cuerpo. Cogió la tiza y le temblaba la mano, no tenía ni idea, no entendía nada, ¿qué iba a escribir en aquella pizarra que se le antojaba inmensa en ese momento? No tenía nada que decir. Un sudor frío comenzó a recorrer su frente. Los nervios pudieron con ella. La tiza se cayó de su mano a la par que ella caía de bruces al suelo, el profesor salió disparado hacia ella intentando amortiguar la caída, la clase se convirtió en un gallinero, pasó de susurros a chillidos nerviosos.
-María, ven aquí, dale aire con el cuaderno. Carlos, sujétala, voy a buscar ayuda. Los demás quedaros sentados y no deis guerra –dijo el profesor.
El profesor bajó a buscar un teléfono y llamó a urgencias. La ambulancia llegó con rapidez suma y para entonces Marta ya se encontraba consciente aunque desubicada. Había tenido una fuerte bajada de tensión, y una vez llegada a urgencias decidieron ingresarla debido a su informe, en el que figuraba su desorden alimenticio.
Se encontraba tan débil que ni siquiera tenía fuerzas para respirar, llevaba tres días sin probar bocado y las semanas anteriores había vomitado casi todo lo que había comido. Habían pasado casi siete meses y no había mejorado nada desde entonces, sino que había ido a peor.
La llevaron a una habitación y terminó dormida. Al despertar se encontró rodeada de tubos y cables controlando cada parte de su cuerpo sin olvidarse de ninguna. Un tubo de oxígeno, vías, sueros…
“Pi, pi, pi… ¡Joder! Mi puto corazón sigue latiendo, esta mierda no se acabará nunca…” Se echó a llorar.
Pasó diez minutos entre amargas lágrimas que le dificultaban aún más la respiración. Lágrimas de rabia y tristeza unidas, dos en uno por primera vez, y pensar que ella no creía que eso fuese posible.
Pasados esos diez minutos su madre entró a la habitación y la encontró con los ojos anegados en lágrimas. Se sentó al borde de su cama y le acarició la mejilla secándole parte de las lágrimas.
-Cariño, no te preocupes, ya está. Sólo ha sido un susto, mejorarás, pero por favor, prométeme que pondrás de tu parte. Eres consciente de lo que está sucediendo, de lo que estás haciendo, lo que TE estás haciendo, y aun así no le pones remedio… No puedes seguir con esto, te estás autodestruyendo… -Mientras su madre le decía esto Marta rehuyó el tacto de su madre y giró la cara para continuar llorando.- Marta, si sigues así… ¡Marta, escúchame!
Su madre volvió a acercar su mano hacia su hija y la posó sobre su hombro a la vez que rompía en sollozos.
-Si sigue así… morirás, y no hay nada que hacer contra eso, no hay nada que pueda solucionarlo. Una vez que se empieza es difícil ponerle marcha atrás, pero tú aún estás a tiempo cielo, tú aún puedes –decía y repetía mientras lloraba desconsoladamente- Marta… aunque sea sólo por mí, no sabría estar sin ti, cielo, por favor…
Jamás había visto a su madre tan cansada, tan destrozada, tan rota por dentro y hecha añicos que ni siquiera podía articular palabra, que ni siquiera sabía como expresar sus sentimientos. En ese momento algo, por pequeño que fuese, cambió en Marta. Quizá sólo fuese compasión, pero era como si al final del oscuro túnel de su vida, de su callejón sin salida, hubiese aparecido una puerta, una salida a todo aquello. A todo el dolor, sufrimiento, repugnancia, ira, rabia, venganza… A todos y cada uno de los sentimientos que guardaba en el fondo de su alma y que constituían la base de todo lo que era. Y lo peor de todo es que para ella no había nada más que aquello, nada con que cubrir sus imperfecciones o con las que contrarrestar sus defectos, aquello era todo. Todo resultaba soso, o más bien insípido. Todo resultaba inexistente, como si todas las cosas buenas las hubieran borrado de un plumazo.
Eran aproximadamente las seis de la tarde cuando encendió la televisión tras no haber encontrado ninguna forma mejor de pasar el rato en aquella habitación con hedor a hospital, enfermedad, y en última instancia a muerte.
Millares de personas estaban destinadas a morir con aquel hedor como última compañía, sin que nadie se preocupase ya por ellos, o con un poco de suerte, con alguna persona que aún guardase cierto cariño hacia ellos. Morir sin poder volver a oler el aire primaveral que se cuela por la ventana en mayo o el olor del mar que parece acompañarle a uno incluso cuando está lejos. O escuchar a los pájaros despertarse al amanecer cuando uno yace, -con un poco de suerte,- exhausto en la cama junto a la persona a la que ama.
Millares de personas que nunca más podrían volver a sentir eso, volver a levantarse por la mañana y sentirse felices, y agradecerle a Dios o a quien quiera que sea que nos puso en este mundo el poder seguir vivos un día más. Ahora tenía claro que ella no quería ser una de ellas, que no lo sería, que daba igual el precio que tuviese pagar para salir de aquello, daba exactamente igual, porque una vida valía mucho más que todo el dinero del mundo junto.
Después de tragarse toda la tele basura que se podía echar en dos horas de programación le llevaron la cena. Aunque le habían suministrado ya nutrientes suficientes como para sentirse con algo más de fuerza era necesario que comiese algo, que comiese por si misma sin salir después huyendo al baño a vomitarlo todo.
Por primera vez en meses quería intentarlo. El plato, más bien bandeja de plástico poco sofisticada, resultaba enorme, inmensa, como si hubiese comida en ella para al menos cuatro personas más. Su madre, que había llegado para la cena, la miraba con cara dudosa, dejando todo a su elección, sin prisas, esperando que su discurso hubiese hecho entrar en razón a su hija.
Se notaba que Marta estaba sopesando la idea de si dejar que se enfriase sin tocarlo o si probarlo, entonces su madre habló.
-Marta, no hace falta que te lo comas todo si no quieres, pero te pediría al menos que lo intentases, que comieses al menos parte. Yo no sé que hacer ya, te he dicho todo lo que podía, sabía y debía decirte. Es tu elección, y sé que nada va a cambiarla, que da igual cuantas veces te repita lo mismo, porque depende de ti. Tiene que llegar el momento en el que desees, sino es comer, porque sé que eso no sucederá, al menos salir de esto, dejar de ser un alma que vaga por ahí casi tan vacía como su estomago, y pensando en eso, en tu objetivo, conseguir salir de este juego inútil en el que de momento tienes todas las de perder porque eres tan tonta, sí, hija, tonta, que no opones resistencia –concluyó su madre con una sonrisa entre triste e irónica.
Sin mediar palabra Marta levantó la cuchara y la llenó de sopa mientras pensaba que era más fácil si pensaba que era simplemente agua, y ya estaba. Comía lentamente, pero eso era lo de menos. Tras varias cucharadas había terminado medio plato de sopa.
-Cielo, ¿y si pruebas a tomar algo sólido? Le vendrá bien a tu estómago.
Marta dejó la cuchara para tomar el tenedor y partir un trozo de tortilla que se llevó a la boca hasta dar con casi toda ella. Cuando terminó se tumbó en la cama y se dejó sumir en la inconsciencia seguida de sus pesadillas.

09 junio 2009

Hazme el amor.

Arracanme la ropa a mordiscos. Embísteme. Un aquí te pillo aquí te mato. Chilla. Goza. Suda. Araña. Pégate a mí. Roza cada célula de mi piel con la tuya. Susurra en mi oído. Jadea. Oprímeme. Hazme volar. Lánzame por el precipicio del placer con la gravedad triplicada. Derríteme con el calor de tu lengua, que soy hielo fundido cuando me rozas. Cómeme, con la mirada y con la lengua, como si fuese un caramelo, -tú le pones el sabor-.

Hazme el amor. Házmelo hasta con la mirada.

27 mayo 2009

Marta: Parte II

Se sentó en la mesa frente a un plato que contenía un filete de ternera. No era demasiado, pero a Marta se le antojaba un mundo entero. Su madre lo había partido en pequeños pedazos y había cortado un trozo de pan por si su hija decidía comerlo. Había dejado junto al plato un yogur de fresa y un vaso de agua.
Bebió el vaso de agua de un trago intentado que su estómago dejase de rugir pidiéndole grasienta comida, bebió otro más, y para finalizar otro más. Se sentía más llena y se sentó frente a la comida durante un largo rato, mirándola pero sin verla, como allí mismo se abriese la puerta a otro mundo paralelo.
Su madre se sentó junto a ella y le incitó a comer.
-Venga, Marta, cielo, come un poco. Es poco, lo he partido en trozos pequeños, vamos cariño –repetía su madre una y otra vez, mientras que sus palabras no surtían ningún efecto en su hija-.
Pasados unos diez minutos Marta cogió el tenedor y pinchó el primer trozo de carne con ciertas reservas y disgusto y se acercó el tenedor a la boca. Se introdujo el trozo de carne en la boca y lo masticó lentamente, estuvo masticándolo un largo rato hasta que consiguió tragarlo no sin cierta dificultad. Bebió un largo trago de agua y continuó con ese proceso lenta, pero progresivamente.
Cuando hubo comido la mitad del filete dejó el tenedor sobre la mesa y empujó el plato apartándolo de su vista. No tocó el pan ni una sola vez y se negó a tomar el yogur, aunque su madre le obligó y le llevó alrededor de quince minutos.
Al terminar volvió a su cuarto y se tumbó en la cama. Cogió el mp4 y se tumbó a escuchar mientras lloraba y veía sus esperanzas en una vía de escape rápida y fácil frustradas y prácticamente irrealizables.
No era la primera vez que lo intentaba, pero ninguna había tenido el valor para hacer nada, o nada definitivo. Tenía algunas marcas en las muñecas, le habían hecho dos lavados de estómago por haberse atiborrado a pastillas y el resto no había tenido valor para llegar al número diez de su cuenta. Hoy, cuando por fin estaba decidida tenía que haber llegado su madre para librar batalla con la cena.
“Al menos no le daré el gusto de verme comer ni engordar, sí, encima”. Con ese pensamiento salió al pasillo sigilosamente y se dirigió al baño donde se cerró con pestillo. Se metió los dedos corazón e índice de la mano derecha en la boca hasta que por fin las arcadas le permitieron vomitar la cena. “Me da igual que haya cenado poco, es lo suficiente como para engordar algo, además, ya como si me vomito a mi misma. Me da absolutamente igual lo que sea de mí” decía en su cabeza.
Marta se metió en la cama con los pensamientos puestos sobre un cuerpo esbelto, de modelo. La envidia y a la vez odio hacia sí misma corrían por sus venas llenándola de ira, tanta que alguna lágrima asomaba a rostro una lágrima y pensaba que no podría resistir mucho más tiempo aquella presión, que estallaría en cualquier momento. Finalmente, aunque en tensión, se durmió, para dar paso a las mismas pesadillas de siempre que no la abandonaban noche sí ni noche tampoco.

15 mayo 2009

Marta: Parte I.

Una suave brisa se colaba por la ventana y allí estaba Marta: descalza, con un vestido blanco en el que se podía entrever el contorno de su cuerpo y sus rizos rubios perfectos cayendo sobre sus hombros, sentada en el alfeizar mirando de azotea en azotea, de ventana en ventana buscando algo, sin saber el qué.

Le temblaban las manos así que las aferró al borde del alfeizar. Cambió de postura: bajó las piernas y las dejó colgando sobre un ir y venir de coches y un amasijo de gente con prisas que vivían ajena a ella. Fue moviendo su cuerpo con varias sacudidas acercándolo hacia el borde, perdiendo cada vez más el equilibrio, notando como su corazón se aceleraba pero su cerebro no dejaba de realizar la orden. Comenzó a deshacer la prensa que hacía con cada uno de sus dedos sobre el cemento. Uno, dos, tres… “¡A la de diez!” pensaba, “y aquí habrá acabado todo”.

-¿Marta? –Llamó su madre al otro lado de la puerta- Baja a cenar, que la cena ya está lista.

Marta no contestó, ni siquiera se limitó a girarse y mirar hacia la puerta para ver si su madre había traspasado el umbral de su habitación, pero aun con todo se detuvo en seco. Su puerta estaba cerrada con pestillo, no podrían entrar ahí. Si querían encontrarla que fuese en la calle, y a poder ser cuando ya fuese demasiado tarde.

-¡Marta! ¿Me has escuchado? –Insistió su madre, y entonces intentó abrir la puerta. Intento fallido- ¿Qué haces? Abre y ve a cenar de una maldita vez, se te va a quedar fría la cena.

-No quiero cenar, es más, no pienso cenar –se dignó a contestar con desgana y falta de energía-.

-No empecemos otra vez con eso, –añadió su madre con desesperación- si no cenas hoy mañana llamaré a Cristina para que te dé cita urgente.

-Ni se te ocurra mamá, no voy a acudir.

-No has comido nada y ayer tampoco cenaste. Dudo que se pueda sobrevivir con una manzana como desayuno cada dos días, cariño. Irás, quieras o no, y sino ya sabes, baja a cenar inmediatamente.

-Termino unas cosas y voy…

-Abre y vas ahora mismo conmigo, no me fío de ti ni un pelo –dijo subiendo el tono de voz y golpeando una vez más la puerta-.

-Ya voy…

Marta volvió a sentarse debidamente y a bajar con cuidado, primero pasó una pierna y después la otra. Caminó hacia la puerta y abrió.

-Venga, vamos, pero… oye, ¿qué hacías? –preguntó su madre con curiosidad mientras miraba de un lado para otro de la habitación.

-Nada, terminar de copiar unos apuntes.

-Aquí hace algo de fresco, ¿no tienes frío?

-¡Ay mamá, no! ¡Déjalo ya de una vez, ya bajo!

-Cierra antes la ventana ¿no crees?

Marta se aproximó a cerrar la ventana y siguió a su madre con cansancio y torpeza, era tan frágil que parecía que se iba a partir en dos en cualquier instante y con cualquier movimiento, aunque sólo se apartase el pelo de la cara.

05 mayo 2009

Un Hoy perpetuo.


Hoy es día de besarte. Como todos. Como lo vienen siendo desde que dejé la memoria -y la razón- contigo y me lancé a bajar estrellas y cumplir sueños imposibles.
Es día de quererte, como casi todos,
pero hoy más, porque está nublado y hace frío y necesito la calidez de tu sonrisa para evitar que se me congele el corazón.

También hoy es día de perderte, encontrarte y dibujarte.
Hoy cuenta como uno de esos días en los que el arco iris aflora en tus ojos e ilumina la habitación por la noche cuando ya hace demasiado frío como para poder pensar en algo claramente, tanto que hasta las palabras de amor se me quedan enredadas en la lengua por miedo a quedar petrificadas en el aire y que no lleguen a tus oídos. Y así es como me las robas, con un ardiente beso bajo las sabanas antes de dejarme soñar contigo.


Hoy es como todos los días. Siempre es hoy y nunca será ayer, ni tampoco mañana, sólo hoy, y poder decir lo mismo todos los días.

29 abril 2009

Ni me suavices ni me conquistes.

Hay personas que coleccionan sellos, otras cromos y otras chapas. Yo en cambio, consigo corazones, robo corazones y colecciono corazones.
Es muy fácil hacer algo propio cuando se es robado, pero es más difícil hacerlo tuyo si existe alguna ley -completamente incomprensible- que dice que no importa cuán lejos se encuentre el corazón que late al mismo compás que el que tienes entre tus manos, que da igual lo cerca que lo tengas, se pertenecen y sobras en la historia, eres un apéndice.
Yo, sin embargo, consigo corazones por el módico precio de cuatro palabras bonitas y un falso cariño desmesurado. Gano en todas las subastas de corazones en paro cardíaco y me largo por donde he llegado con mi trofeo.
¿Qué por qué soy tan frío y sincero? Debe ser cosa del clima, o sino del palpitante dolor que llegó recorrer mi piel.
Tengo los sentimientos neutralizados y un cuerpo marmóreo. No existen daños, reclamaciones o arrepentimientos ante mis ojos.
Llámame inhumano si quieres, pero seguiré impasible ante tus súplicas y sollozos. Sólo quiero ese órgano de rojo carmesí que escondes bajo tu pecho como si fuese el más valioso de tus tesoros.
No es de los tuyos, es de los míos. Mío para matarte, y mío para morirme.
Echo de menos el ardiente fluir de la sangre en las yemas de mis dedos y los laditos desacompasados después de rozar su piel. Porque ya ni ella existe ni yo palpito, ni yo siento, ni yo soy.
Utilizo tu corazón a modo de reloj biológico entremezclado con cientos de latidos más que me llaman desde el otro lado de una vitrina.
Adios. Ni me suavices ni me conquistes.

26 abril 2009

¿Es un "loquedureunavida"?

Me encadenaría a ti y a tus muñecas, a tus piernas -incluyendo tus tobillos- y a tus frágiles dedos, e incluso -y por encima de todo- a tus labios.
Me enredaría entre las sábanas y tu cuerpo y desearía no salir nunca más de tal paraiso.
Lucharía contra dragones, caballeros y putas para tenerte un día más conmigo, justo aquí, a mi lado, con tu cálido aliento detrás mio erizándome la piel y tus brazos alrededor de mi cintura mientras me acurruco en tu pecho.

Aprendería a inventar, construir y enseñar para así poder explicarte como será nuestro futuro y como lo haremos, para decirte cual es nuestro camino y explicarte que tú eres el acompañante. También aprendería idiomas para poder decirte que te quiero desde cualquier lugar del mundo, y porque no, añadiría el funcionamiento de la lavadora, para lavar los sentimientos cuando se ensucien.
Compraría un plumero para quitarle el polvo a los recuerdos de vez en cuando, alguna mañana que estemos de buen humor y merezcan inmiscuirse en el presente.
Buscaría alguna balanza de segunda mano para pesar nuestras discusiones contrarestándola con nuestros sueños, a ver de cuales tenemos más -aunque estoy casi segura que de lo segundo-.
Estudiaría geografía para ubicarte en algún lugar de este mundo, para pasar a la astronomía y finalmente colocarte cerca de alguna estrella.
Teñiría los días malos de rosa, o de amarillo, o del color del arcoiris para transformarlos en buenos y cambiaría el olor de las sábanas cuando huelen a ausencia -y a dolor-.
Cambiaría las ropas del armario cada primavera para renacer como las flores y no aburrirnos de la rutina. La rutina de una vida, una vida maravillosa.
Haría... haría... yo no sé lo que haría, porque haría tantas cosas que los limites aquí no existen, que te digo que son infinito y que te pido que te lo creas. Que aunque haya condicionales no existen las condiciones, sólo una, pero la más importante: mucho amor, al menos lo necesario para toda una vida porque entonces... es un "loquedureunavida", ¿no?





Atame de pies y manos.

26 marzo 2009

Conversación con un taxista.

Llovía, hacía frío, tiré la colilla al suelo y llamé a un taxi. Subí y me senté en la cómoda tapicería. Calor y un hombre de unos cincuenta años de conductor, eso me aseguraba un viaje cómodo y seguro.
-¿A dónde quiere ir, señorita? –genial, un piropo, bueno… no exactamente eso, pero me había llamado señorita, suficiente. Parecía el taxista más adecuado para llevarme a mi destino.
-A la avenida Tristeza, por favor –dije velozmente.
-Vale, manos a la… -me cortó, parecía entusiasmado.
-Disculpe, le indicaré yo el camino –añadí con tono serio.
-¿Usted a mí? Llevo toda mi vida conduciendo por estas calles… Podría llevarla con los ojos cerrados incluso.
-Ya, verá, pero soy yo la que quiere alcanzar el destino, no usted –respondí tajante.
-De acuerdo, escupa.
-Irá usted por la avenida Paraíso, –así podré ver las maravillas del mundo- después girará a la derecha atravesando el boulevard Soledad –un poco de angustia para purificar el alma…- cuando finalice la calle, dé la vuelta a la rotonda y tome la calle Ilusión –para revitalizar un poco la mente y el corazón- y por fin, gire a la izquierda hasta alcanzar la avenida Tristeza –el destino de mi vida. El taxista había escuchado toda y cada una de mis palabras perplejo-.
-¿Pero no ve que es mucho más rápido el camino convencional? Seguimos recto, giramos a la derecha por la calle Decepción, y finalmente, llegamos.
-¿Y usted no ve que yo no quiero eso? Es su trabajo, usted me lleva y yo le pago. Mientras que le pague, qué le importa a usted que camino quiera seguir yo -además, de decepciones ya estoy servida, pensé, esta vez prefiero llegar a la tristeza sin tener que soportarlas, prefiero ahorrármelas por algo de dinero-.
-Está bien, pero si usted cree que es mejor evitarse la Decepción, no tiene sentido ir a la Tristeza. La una deriva de la otra… –contestó, como si me hubiese leído la mente. Nos quedamos en silencio- Un taxista que se precie tiene que saber sobre todas estas cosas querida, no me mire así.
-Pues ahora vea usted, mi casa está allí desde hace bastante tiempo, y tomemos la calle que tomemos, mi apartamento no va a cambiar de sitio. Tendré que seguir soportando el aire desesperanzador que entra cada mañana por la ventana y desayunar café amargo, porque no venden otro, o ninguno bueno, por si acaso se asoma una pizca de Alegría por allí.
»Me regalaron el apartamento, no se crea usted que lo elegí porque fuese más barato, y mucho menos por las vistas. Me echaron del mío en el boulevard Sueños y el único lugar que me cedieron fue este, aunque para esto… Casi es mejor la calle. Pero claro, ya sabe, en esta ciudad no existen lugares libres, cada uno tiene su sitio, y si no le toca la calle que usted quiere, no puede cambiar hasta que alguien no tiene –dije enfatizando el tiene- que pasarse a la suya, así de simple. Quien más tiene, elige calle, y a los demás nos mandan a lo que queda libre. Y no vea lo que cuesta volver a conseguir todo lo que ha perdido, no vea cuanto. Así que ahora hágame el favor y lléveme por esas calles, necesito sentir la vida colándose por la ventanilla, aunque sepa que será efímero. Le pagaré lo que haga falta.
-Verá, lo haré, pero escúcheme usted a mí. Luche por algo mejor, no se conforme con cruzar en taxi todos aquellos lugares en los que le gustaría vivir. Coja el caballo por las riendas, tome su vida como si fuese plastilina y moldéela a su gusto. Salga a comprar café a otros lugares y sintonice la radio de otros barrios, consiga ambientador o ramos de flores de otras calles muy lejanas a la suya, y comience a luchar por lo que quiere. Y ahora, la llevaré. ¿Quiere usted parar en algún lugar a por algo? –era increíble como hablaba, o más bien, cuánta razón tenía en lo que decía.
-Me gustaría enviar una carta, pero no la tengo escrita –contesté con tristeza.
-Está bien, escríbala mientras yo la llevo por lugares, que quizá, no haya visitado nunca. Sabrá donde estamos sólo por lo que sentirá en el pecho, no es necesario que mire. Y si tiene alguna duda, sólo tiene que preguntar.
Escribí a toda prisa, a un chico llamado Jorge, mi antiguo novio y del cual, a diferencia que él, seguía enamorada. Me había echado de su apartamento en la calle Felicidad para vivir con su nueva novia, sinceramente, una tía bastante irritante, y me habían dejado a mí el apartamento de la chica, que se llamaba Marta, en la avenida Tristeza. La cual era la avenida más grande de toda la ciudad, probablemente porque la mayoría de las personas no consiguen ser felices con la vida que llevan, el resto solían ser para pobres o artistas, y algunas, muy pocas, con un buen renombre, eran para la gente adinerada, o más bien, afortunada, porque importaba poco el dinero, sólo el estado del alma. Hacienda te revisaba el corazón año tras año, y si veían que no estabas donde debías, te mandaban a otro sitio, a veces era mejor, otras peor –la mayoría-. Escribía sobre como era mi vida ahora, y cuanto le echaba de menos. Sobre cuantas veces había intentando odiarle, y aborrecerle, y cómo había intentado sacarle de mi mente, e incluso me había propuesto quemar las fotos y los recuerdos, y como nunca lo había conseguido.
Escribí sobre lo desafortunada que me sentía y sobre todo lo que le echaba de menos, de cuánto, cuantísimo le quería y de alguna estupidez más que sólo yo podía haberme atrevido a decir.
-Por favor, pase por la calle Felicidad, tengo que entregar la carta, ya la he terminado. Muchas gracias por el paseo, he podido notar la Ilusión, la Imaginación –creo que por eso me atreví a escribir la carta-, el Amor, el Encanto, la Gratitud, la Humildad y la Unidad, la Confianza… De verdad, se lo agradezco. No me conoce de nada y ha hecho todo esto por mí. ¿Cuánto es? Desde aquí iré andando a casa. No importa, quiero mojarme a ver si me purifica el alma con el agua y aclaro mis ideas.
-Es gratis, la Vida es gratis. Así que el viaje le ha salido por nada, bueno, por unos minutos, pero nada más. Eso sí, viva, viva mucho y bien, que nadie le va a cobrar por ello. A uno le regalan la vida y además no le piden comisiones por los daños ocasionados, sino que le da cosas una y otra vez, la mayoría buenas aunque usted no lo note, ¡a estas alturas qué va a notar! Viva, que es lo único que tiene que hacer hasta que se muera.

14 marzo 2009

Volar como un pájaro

Tan sólo eran las 8:25 cuando me he despertado esta mañana y he decidido volar.
He abierto la ventana, he tomado una bocanada del frío aire que nos acompaña este mes de marzo, he cerrado los ojos y he saltado al vacío. He tocado el cielo y me he posado en una nube. Me he tumbado en ella y a cambio ella me ha enredado el pelo entre cada uno de sus brazos de esperanza.
Me he unido a una bandada de pájaros que decía regresar de África, me contaron maravillas sobre aquel continente casi olvidado y completamente inexplorado. He planeado una y otra vez, perdida entre polvo y polen y he caído en picado zambulléndome en un río que parecía llamarme para jugar al esconderite.
He abierto los ojos y me encontrado en mi balcón, tal y como me dejé. He encendido un cigarro y me he sentado a contemplar el horizonte que se puede ver más allá de esta insignificante civilización a la que pertenezco. He sentido escalofrios y libertad, he sentido envidia y admiración, y también miedo y esperanza.

11 marzo 2009

Oxígeno

Se respira amor en el ambiente, está cargado, es más, diría que nos encontramos ante una concentración saturada de amor.

Tengo asma, me ahogo, se me cierran las vías respiratorias y no dejan pasar el aire -o amor más bien-, aunque mucho mejor, conseguiré librarme de esta disolución gaseosa que crea la primavera siempre que llega y que tanto daño nos deja en el otoño cuando se caen las hojas que realizan la amorisíntesis -lo llamaría yo- que actuaban en el órgano diana llamado corazón.

Se empeña en ser dulce y apetecible, en vestirse de gala e invitarnos a su baile, y nosotros, como hipnotizados -o sin el como- siempre aceptamos la proposicion. Nos hace bailar, dar giros sobre nosotros mismos una y otra vez, y en uno de ellos coge y nos suelta haciéndonos caer por la propia fuerza de la gravedad.

Este aire sólo se encuentra en las zonas altas, que es de densidad baja y vuela muy alto, tanto, que pocos consiguen soportar el vértigo durante mucho tiempo, se bajan antes, eso sí, escalón a escalón, porque hay otros que nos caemos de sopetón.


Oxígeno, por favor, oxígeno. Que me hace falta.





10 marzo 2009

Ten valor

Ten el valor para levantarte por la mañana -esta mañana sobre todo- y no enredarte mucho en las sabanas, sólo lo justo y necesario. Poner el pie en el suelo –el derecho, siempre el derecho- y hacer temblar el mundo, intentando demostrarle –o demostrarte- que estás aquí y que vas a dar guerra, que nadie te va a callar y que no te vas a rendir tan fácil.

Desperézate, lávate la cara y sobre todo, abre los ojos. Mira el mundo desde otra perspectiva, desde varias diferentes: gira la cabeza, date la vuelta, mira hacia arriba, hacia abajo, cerrando un ojo, abiertos de par en par o incluso cierra ambos, a ver que se siente, pero mira bien. Prueba de tantas formas como quieras y se te ocurran y comprende la realidad, que pocas cosas hay tan malas como vivir engañado, por no decir ninguna.

Toma un café, dos o incluso tres, hasta que la sangre vuelva a fluir por tus venas como lo hace de costumbre, como cuando estás feliz y el corazón te late desbocado, incluso hasta llegar a ese punto en el que a veces se te sale del pecho y tienes que sujetarlo con las manos antes de que se te escape.
Pon la radio, o mejor aún, algo de música, algo alegre que te haga sentir viva. Canta, a todo pulmón y desmelénate. Permítete el gusto de ser feliz, o de intentarlo al menos.

No te quedes dentro de tus propias murallas negándote el paraíso exterior.


¡Llorar de felicidad! ¡Qué sensación!

05 marzo 2009

I promise...



¿A caso te crees que yo no tengo miedo? ¿Qué yo nunca he tenido miedo? ¿Qué yo no escaparía y lo dejaría todo? ¿Qué no me iría lejos de aquí y empezaría de nuevo, lejos, abandonando todo y huyendo como un cobarde? ¿Qué crees que no estoy cansado? Sabes que sí, pero la vida nunca es una partida fácil, y eso también lo sabes. Pero si sigo aquí, si sigo soportando todo esto, si he cambiado ha sido para intentar que tú cambies y vuelvas a ser la de siempre, porque no me merece la pena ser alguien si tú no eres la persona que yo conocí y de la que me enamoré. Si la vida merece la pena es porque te conozco y puedo compartirla contigo, y si tú no eres capaz de notar lo que hago no merece la pena que intente nada. Por eso he puesto todo mi empeño, mi ilusión y mi alma en ayudarte, en hacerte salir de esto.

¿Te crees que yo no he querido abandonar un millón de veces y dejarlo todo? ¿Intentar olvidarte y pensar que quizá fuese lo mejor? Lo he pensado cientos, incluso millones de veces, pero no lo he hecho porque si mi vida tiene sentido es porque tú estás en ella, de la forma en que estés no importa, porque al menos sé que estás.

A mí también me gustaría poder mostrar a los demás lo felices que somos, pero eso no es así, y juro que te voy a ayudar y lo conseguiremos, juntos, y no me voy a ir, no te voy a dejar ni aunque me lo pidas de rodillas.

Creo que ya lo sabes, pero sé que necesitas –o quieres– que te lo recuerde, porque estás perdiendo la razón, estás perdiendo la esperanza, la fe en ti, y en nosotros, y para serte sincera es mucho peor que pierdas la fe en ti misma, por tú siempre tendrás que estar contigo misma, y si no crees en ti nadie más va a hacerlo. Nadie va a dar nada por ti si no les demuestras la pena que mereces la pena, y yo sé que la mereces.
Escucha bien lo que te digo. Lo conseguiremos, lo sé. No me importa que el mundo se nos caiga encima, podremos con él y con todo lo que venga. Estamos juntos… Juntos, y es realmente irónico, porque no se puede estar siempre junto a alguien, eternamente, pero estemos donde estemos siempre habrá una parte de nosotros que esté junto al otro.
Te prometo que haré lo que sea por salir de esta, por salvarnos, porque necesitamos que alguien nos salve, pero nadie puede hacerlo por nosotros por mucho que pidamos ayuda, tenemos que hacerlos nosotros mismos.
Siempre en primera persona del plural, juntando la primera y segunda del singular.

03 marzo 2009

Yo misma.

Mi vida consiste en una rutina continua. Perderme entre libros, pasar días sin dormir, y al final de todo amigos y alcohol. Esto suena estúpido, pero todas las semanas de mi vida son iguales.

Paso horas y horas frente a libros que no me dicen nada, me privo de horas de sueño, acabo pasando unas pocas horas al final de la semana con mis amigos y la mayor parte de esas horas acabo bebiendo por sentirme un poco mejor con mi vida. Sin embargo, nunca me puse borracha, o me eché a llorar muriéndome de pena por los recuerdos. Eso lo reservo para otros días.

Cuando tengo tiempo libre, soy un visto y no visto, puedes pasarte un día pegado a mí sin perderme de vista y después estar sin verme siete días, cuando al quinto te enteras de que me he ido de viaje. Y que cuando llegue, me vuelvo a ir. Y te preguntas cuando podrás estar un día conmigo sin que parezca que estoy en otro planeta, porque la verdad, lo suele parecer. A veces tengo trances, o no sé como llamarlo, y de repente es como si despertase después de un lapso y digo un “¿qué?” algo aturdida, todo empieza a girar rápido hasta que me doy cuenta de donde estoy y de que no tengo ni idea de lo que ocurre a mi alrededor. Decidí irme un rato de esto a lo que denominamos mundo.

Suelo quejarme siempre de todo, nunca estoy conforme con nada, y nada me gusta lo suficiente. Aún así me emociono con facilidad (normalmente por cosas sin importancia) y con frecuencia me pierden las formas. Peco de sincera, aunque a veces resulte molesto, tampoco me importa demasiado. Odio las felicitaciones y los cumplidos, aunque a veces suelo hacer alguno, siempre digo lo que pienso (tanto bueno como malo), me paso el día juzgando al mundo y no suelo estar de buen humor (aunque parezca lo contrario).

Si no me apetece sonreír puedes ir olvidándote, porque no lo vas a conseguir, muy poca gente consigue hacerme sonreír cuando no tengo ganas. Me suelen entrar ataques de risa tontos en los que no puedo parar, y cuando parece que he terminado, vuelvo a empezar hasta que acabo ahogándome. Me cuesta mucho llorar, pero me encanta, yo creo que si pudiese me tiraría horas y horas llorando, bueno, ciertamente si suelo llorar a menudo, pero siempre es de felicidad. Cuando estoy triste no consigo llorar, pero me pongo a temblar y para que me está dando un ataque epiléptico (hace falta ser idiota), y cuando me emociono mucho me pica la nariz en vez de salirme dos lágrimas de los ojos.

Me gustan las nubes esponjosas, pero odio el no poder tocarlas con la mano (lo sé, es imposible), me gusta caminar oyendo música, me gusta cantar en inglés para mis adentros. Nunca canto en la ducha pero siempre muevo los labios mientras levanto la cabeza y el agua me cae en la cara. Alguna vez he estado a punto de caerme dentro de la lucha porque me suele dar por bailar oyendo alguna canción hasta que me doy cuenta de que es una locura. No soporto las uñas largas y siempre las llevo pintadas, más que nada para así quitarme el esmalte cuando me aburro. Me gusta oler la colonia de la gente cuando pasa a mi lado y también oler la mía todos los días, aunque ya sepa como huele. Me encanta entrar al baño después de que alguien se duche y notar el calor, la humedad y el olor a champú. Me encantan las tostadas los domingos, y también esos domingos de resaca que no quieres salir de la cama en todo el día. Me encantan las ramas de los árboles cuando se mezclan con el cielo, y los colores del otoño también. Me gustan esos mensajes inesperados o cuando suena el teléfono y te alegras de que te llamen aunque no tengas ni idea de quien es. Me gusta gesticular mientras hablo y cambiar el timbre de mi voz a medida que la frase avanza. Me encanta hablar rápido y atropelladamente, sin que se entienda la mitad. Me gusta estar sola en casa y tumbarme en el sofá a oír música con la luz apagada, aunque a veces doy un salto y me pongo a bailar.

Gasto gran parte de mi tiempo poniendo caras en el espejo, y si me hablas en uno de esos momentos, no te contestaré hasta que me de por satisfecha. Cuando leo me pierdo entre las páginas y resulta inútil llamar mi atención. Siempre estudio con música, siempre estoy oyendo música, adoro la música. Cuando me siento mal escribo o toco la flauta, bueno, a veces hablo con alguien, pero no muchas. Me encantan los atardeceres y las perspectivas. Me gusta debatir temas tanto estúpidos como importantes. Siempre suelo quitar tensión a las discusiones con alguna frase estúpida y suelo esconderme a los problemas, o esa impresión me da.

No suelo tirar nunca la toalla hasta que veo que de verdad llegó el momento de hacerlo, hasta que no puedo más. Nunca cuanto secretos y suelo parecer la Celestina, cosas de la vida. A veces siento que vivo más para los demás que para mí misma, y al final del día siempre acabo agotada aunque cuando me meto a la cama nunca puedo dormir y me dedico a traducir canciones mentalmente, tan tonta como parezco.

¿Qué si no hay cosas que odio? Te sorprendería saber cuentas. No soporto el tic-tac del reloj ni esos relojes de agujas que sólo tiene dibujadas las rayas. No soporto los cumplidos y mucho menos la gente que intenta quitarles importancia. No aguanto las mentiras, ni mucho menos a los mentirosos. Esas personas que se dan aires de grandeza me resultan insoportables y las personas que ocultan lo que son sólo para “encajar” me dan cierta pena. Me pone nerviosa que salte el aceite a las manos cuando estás friendo algo o que no se disuelva el Cola Cao en leche fría. No soporto a la gente que me cotillea todo sin pedir permiso o a los que te arrebatan el teléfono móvil de la mano y miran lo que nadie les ha dicho que miren. Me pone nerviosa dejarme el flash de la cámara quitado o cuando se me olvida quitarlo y sale en el espejo. Odio la televisión, me aburre y me parece una basura, sin embargo me gusta el cine. Me saca un poco de quicio los escépticos, los apáticos, los abúlicos y la gente extremadamente pesimista. Las cosas extremadamente perfectas consiguen agobiarme, es más, siempre estoy agobiada, aunque no pase nada, es una sensación continua. De vez en cuando, con alguna mala noticia, siento que no puedo respirar y de repente me quedo vacía: ni pienso, ni siento, ni hablo, ni me muevo. En el fondo, eso me gusta.

No pensar nada, oír pero no poder procesarlo y tener mil sensaciones pero no sabes cual es cada una y la verdad es que te da absolutamente igual. Simplemente es una sensación de paz extrema.

¿Qué que hay de lo que deseo? Eso seguramente sea tanto que no quepa en lo que queda de folio, pero… no sé que poner… El futuro… el futuro me da miedo. Como otras tantas cosas, pero el futuro más. Ni me gusta, ni me disgusta, simplemente me aterra y a veces prefiero huir de él, por eso no sé que poner. Estoy confusa. Creo que es comprensible.

Por cierto, siempre meto la pata y casi nunca me arrepiento de nada.

31 enero 2009

Nada.


Todo se va apagando a mi alrededor, quedándose sin energía, desapareciendo, cayéndo, siendo llevado por el viento como si fuese arena. Todo se desmorona, todo, y no puedo hacer nada para impedirlo.

Cada vez me queda menos. Menos razones, menos fuerzas, menos sonrisas, menos alegrías,
menos personas.
Ya no hay nada. No me queda nada. NADA.

29 enero 2009

Me consumo.

Me consumo como una cerilla, como un cigarro, como un candil, como una estrella. ¿Qué pasa con una estrella cuándo se apaga? Me refiero a todo eso que transmite una estrella, lo que es para nosotros una estrella, ese punto brillante y calido en medio de la noche y la oscuridad, ¿a dónde va?

Estoy cansada, y herida. ¿Cuánto tiempo más tendré que soportar esto? ¿Cuándo se acabará todo? Tengo miedo, me muero de miedo, el miedo es el que hace que me consuma. Pánico, terrible, espeluznante, del que hiela los huesos, del que paraliza. Odio, rencor, venganza, avaricia, celos, y más odio aún, y después de todo, después de todo lo negativo, viene lo peor, la infelicidad. Porque la tristeza es para los felices, y la infelicidad para los que nunca supimos que es la alegría.

No siempre se nos ofrece la posibilidad de arreglar las cosas, la vida, el mundo. No siempre somos capaces de llorar y reír en el momento necesario. No siempre conseguimos lo que queremos y no siempre actuamos como sabemos que debemos. No siempre aceptamos las consecuencias, y muy a menudo perdemos los estribos. Al fin y al cabo, somos igual de arrogantes que el de al lado, y eso nunca cambiará.