14 diciembre 2009

Maltrato a la mujer

Asomó a sus labios un suspiro y expiró. Se escapó su último aliento, el último recoveco de vida dentro de aquel cuerpo tan machacado.
Él no la quería, la había maltratado tanto como había querido con ese regusto a alcohol en su sonrisa maliciosa, esa de "lo que te voy a hacer por ser tan puta", y había abusado de ella hasta que había gemido desgarradoramente, tanto que su llanto parecía un aria fúnebre sonando a medianoche.
Cada vez que él entraba en casa ella se sentaba en una esquina de la habitación, entre el armario y la pared, se rodeaba las rodillas con sus débiles brazos tan fuerte como podía, escondía su rostro entre ellos y comenzaba a llorar en silencio. Entonces él entraba dando tumbos por el pasillo hasta llegar a la habitación, y comenzaba el calvario de siempre.
-¡¿Dónde estás, zorra?! - gritaba mientras se apoyaba como podía en el marco de la puerta para no caerse.
Iba siempre tan ebrio que no era capaz de recordar la forma sistemática en que realizaba su agresión, quizá porque la mayoría de las veces no era consciente ni de haberla realizado.
-¡He dicho que dónde estás! -permanecía en silencio escudriñando la habitación que estaba completamente a oscuras y escuchaba su respiración entrecortada, se dirigía hacia ella como podía y la asía del brazo tirando de ella como si fuese un mero objeto. Le arrancaba la ropa violentamente. La golpeaba cada vez que oía su llanto. La lanzaba sobre el colchón una vez desnuda, se soltaba el cinturón, se bajaba el pantalón y se sentaba sobre ella. Besaba y manoseaba su indefenso cuerpo bruscamente, dejando el hedor a alcohol incrustado en su piel como prueba del delito y le enredaba el pelo brutamente, habiendo arrancado en ocasiones algún mechon de su cabello. La embestía con fiereza, destruyéndola cada vez un poco más, acabando con su esperanza, su alegría, rompiendo sus huesos y su corazón, escuchando su llanto, su dolor a flor de piel, condenando su cuerpo y su alma. Mientras tanto él disfrutaba, se regocijaba, agarraba su piel con tanta fuerza que le producía hematomas y parecía disfrutar aún más con eso, con su dolor, con sus lágrimas, con sus sollozos, con sus súplicas y con sus lamentos.
Cuando finalizaba, él se tumbaba boca arriba sobre la cama de matrimonio y ella permanecía acurrucada en una esquina de la cama, temblando y llorando en silencio hasta que él se dormía para escaparse a la bañera.
La llenaba de agua caliente, se metía dentro para limpiarse por fuera, y guardaba la esperanza de poder purificarse también por dentro. Escondía la cabeza bajo el agua para huir del mundo, donde sólo oía el débil latido de su corazón y cuando no tenía más aire salía a la superficie jadeando y lamentándose de no haber aguantado un poquito más, hasta perder la consciencia, y finalmente liberarse de aquel castigo.
Con los ronquidos de su marido de fondo, comenzaba a hacerse preguntas, a sacar un poco de valor, o de orgullo. No sabía que había podido hacer mal para merecer aquel infierno, quizá simplemente su castigo era amar demasiado a una persona que no la quería. Quizá el miedo a dejarle, a vivir sin él, a que él la persiguiera como tantas veces había salido en la televisión. Tampoco era una buena idea asesinarle. Nada era una buena idea, no existía ninguna salida en la que en el final los protagonistas vivieran felices y comieran perdices, porque los protagonistas eran dos desconocidos que compartían cama. Y nada más.
Entonces, un día, ella hundió de nuevo su cabeza bajo el agua, escuchando únicamente los ronquidos de aquel desconocido al que amaba y después su corazón, primero despacio, débil, después acelerado, frenético. En ese momento llegó a su cuerpo una sensación de angustia y un fuerte dolor en el pecho y el cráneo. Luchó contra sus instintos para permanecer bajo el agua un poquito más, un poquito valdría, y una oleada de tristeza la invadió. Llegó el segundo de su vida en el que todo pasa ante tus ojos a una velocidad rapidísima, y aún así parece durar años.
Pasó por su mente, sus padres, su hermana pequeña, su muñeca preferida, su gatita, la casa del campo... La feria del pueblo, su novio y futuro marido sonriéndola, regalándole flores, sacándola a bailar. Ella reía y bailaba agitando sus cabellos al aire. Su marido borracho, su mano golpeando su rostro, él sobre ella y su cuerpo amoratado dentro de la bañera...
Había habido un tiempo en el que era feliz, y qué caprichoso es el destino (porque tenía que existir, no podía existir otra explicación para el transcurso de su vida) que le había hecho acabar así, muriendo ahogada en una bañera después de que su propio marido la hubiera violado. Había personas cuya existencia debía ser triste y miserable para que los demás pudieran sentirse un poco mejor al pensar en ellos, supuso que ella entraba dentro de ese grupo de personas y no le importó, está vez no, porque todo iba a acabar de una vez por todas. Y al menos con un poco de dignidad, porque no iba a ser él quien con sus sucias manos la matara, iba a hacerlo ella misma, para demostrarle el asco que le tenía, la repugnancia que de una vez por todas le producía, que ya no quedaba ni un ápice de amor. Nada; como a la protagonista de la novela de Carmen Laforet, no le quedaba nada. Se había agotado todo hacía media milésima. Quizá después de muerta alguien podría escribir una novela sobre su vida y así servir al menos para algo útil.
Finalmente dejó de luchar dentro del agua, de sentir esa presión en el pecho. Su mente se apagó y desconectó de su cuerpo y de lo que había sido su vida. Asomó a sus labios un suspiro y expiró. Se escapó su último aliento, el último recoveco de vida dentro de aquel cuerpo tan machacado.

Cuando él despertó no la vió tumbada junto a él, no la vio cocinando, ni limpiando, ni tampoco viendo la televisión. Reinaba en la casa un silencio sepulcral; sólo se oía la madera crugiendo bajo sus pies. Se dirigió hacia el baño y llamó a la puerta, nadie contestó, así que abrió la puerta.
Ella yacía desnuda en la bañera bajo el agua ya fría y con los ojos cerrados. Tenía la piel de color azulado y se podían distinguir sobre su piel los arañazos y moratones que él había dibujado sobre su piel. Se arrodilló junto a la bañera y sacó su cuerpo inerte con delicadeza, abrazándo su húmedo pecho, sobre el cual escondió sus lágrimas. Lágrimas que llegaban seis años tarde y que ya no servían de nada, ni siquiera para el perdón, porque existen cosas imperdonables y él, a pesar de todo, lo sabía.
Entre lágrimas y con la respiración entrecortada acertó a decir lo siento. ¿Pero de verdad podía sentirlo? No era él quien había sufrido aquel maltrato, aquel infierno terrenal. No tenía ni la más mínima idea, y lo sabía, y sabía que eso no era sufiente, que nada podía exculparle.
Un final como el de "Romeo y Julieta" podría haber sido muy bonito, incluso romántico, pensó, pero aquello ya no iba de amor. Ahora le tocaba aceptar su destino, como ella había aceptado el suyo.

6 susurros:

Verónica dijo...

Un gritoperfecto contra la violencia de genero, la que se denuncia y la que no se denuncia. Me ha encantado y solo me queda aplaudirte...

besotes de esta peke.

pd. te espero por mi rincon con tu taza de cafe caliente, siempre que quieras...

Como te lo digo dijo...

Hola. Me ha encantado tu historia. Aunque es muy dura. Deberían acabarse las violaciones, el maltrato y todos los mierdas que tratan a la mujer como si fuese un objeto.

Un abrazo muy fuerte

Anónimo dijo...

El maltrato puede expresarse de muchas maneras, todas igual de abominables. Pero a veces nos olvidamos del maltrato psicológico que sufren muchas personas, ese dolor insistente y permanente que la demás gente ignora, ese sentirse oprimido y aplastado por alguien durante años....
me ha gustado :)

Keiko McCartney dijo...

Tanto mi compañera, como yo, hemos vivido esta cruel y fatidica historia palabra por palabra.

Muy buena, Leei. Es super realista, por desgracia :(
Un besito!

Norae Lebowski dijo...

Qué triste que haya historias reales así. A mí todo esto me crea una impotencia que ahora mismo me liaría a puñetazos contra la pared, pero bueno :/
Muy bueno Leire :)
Feliz Navidad
un beso!

marina alcolea lópez dijo...

Ojalá estas historias solo existiesen en la ciencia ficción

Realista, duro, directo...estaría bien que la sociedad por fin tomase conciencia de este echo que sufren día a día millones de muejers en todo el mundo!

te sigoo por blog!

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