15 marzo 2010

Tal como te lo cuento.

Ella era una de esas mujeres hipnóticas, las cuales atraen a los hombres como la miel a las moscas, y lo mejor de todo era que uno no podía dirigirse por el raciocinio y dejar de seguirla, no; sino que perdías la consciencia y lo único que podías hacer era ir tras ella. Y aunque sabías que nunca sería tuya, porque esas mujeres no son de nadie, sus curvas te guiaban en un vaivén en cuyos dos extremos estaba ella. Ella y sus caderas, ella y sus pechos, ella y sus muslos, ella y sus labios rojo pasión… Y te daba igual estrellarte una y otra vez en cada una de sus curvas y salir mal parado, porque aquello podía contigo. Aquella mujer era diferente, era una Venus.
Tenía una mirada que enturbiaba el pensamiento y paralizaba a uno los sentidos. Una mirada hipnotizante que te retenía cerca, cerca del peligro, cuanto más cerca mejor. Una mirada sedienta de una sed insaciable. Una mirada que te incitaba a devorarla allí mismo.