01 mayo 2010

Varsovia es una ciudad muy fría






Ya ha anochecido y las sombras caen impávidas sobre las calles. La nieve sigue cayendo al otro lado del cristal y el frío me cala hasta los huesos. Varsovia es mucho más fría de lo que yo pensaba. A veces temo quedar congelado cuando me despierto en mitad de la noche en esta habitación de tres por dos sin calefacción, y en esos momentos pienso en ti, porque es lo único que consigue mantenerme activo, tu pensamiento, sino siento que moriría por hipotermia.
¿Que qué pienso?, querida Ann. Pienso en lo que pudimos haber sido tú y yo si aún siguiésemos juntos. Nos imagino sentados en la playa viendo amanecer, con nuestra pequeña casita de fondo -blanca, de madera y con porche, como las de las películas. Imagino un sol rojizo reflejándose en el agua y las primeras gaviotas del día sobrevolando nuestras cabezas, dándonos los buenos días. Te imagino acurrucada en el interior de una manta con mis brazos sujetándote alrededor de tu pecho y tu cabeza apoyada en el mío. Imagino cómo el olor a frutas de tu pelo penetra en mi interior y me inunda, me llena, me revive. Y después me pregunto por qué es tan trágico el destino. ¿Por qué…?
Al final he terminado escribiéndote cartas que no sé si recibes -o si lees- a la luz de una vela con las manos casi congeladas y con unos pocos conocimientos sobre gramática.
Aún recuerdo el día que nos juramos amor eterno, éramos unos críos, pero yo aún cumplo esa promesa. Te amo, y lo sabes, sabes que sino no te escribiría esto… Y también sabes que nunca hubiese podido amar a otra persona que no fueras tú, pero con el tiempo comprendí que no serías capaz de cumplir con una promesa tan descabellada. Te casaste con aquel hombre de traje y sombrero del que nos reíamos a sus espaldas, después de las citas que te concertaban tus padres. Y en esos días, en esos momentos que yo estaba solo me moría de envidia, los celos me comían por dentro, pero después venías tú con tu sonrisa y me decías que me querías a mí y que jamás te casarías con él, ni con nadie que no fuera yo. Pero la vida es así, y al final hiciste lo que tus padres te mandaron, porque el dinero pudo con el amor, como casi siempre.
Sé que aún me quieres, o al menos que me echas de menos, o que me echaste alguna vez…
A veces sueño con que al leer una de mis cartas volverás a buscarme y nos escaparemos juntos al medio de ninguna parte, y nos reiremos de nuevo del hombre con traje y sombrero, y me dirás que sólo me quieres a mí y que siempre será así, y que nunca te irás con nadie que no sea yo.