26 marzo 2009

Conversación con un taxista.

Llovía, hacía frío, tiré la colilla al suelo y llamé a un taxi. Subí y me senté en la cómoda tapicería. Calor y un hombre de unos cincuenta años de conductor, eso me aseguraba un viaje cómodo y seguro.
-¿A dónde quiere ir, señorita? –genial, un piropo, bueno… no exactamente eso, pero me había llamado señorita, suficiente. Parecía el taxista más adecuado para llevarme a mi destino.
-A la avenida Tristeza, por favor –dije velozmente.
-Vale, manos a la… -me cortó, parecía entusiasmado.
-Disculpe, le indicaré yo el camino –añadí con tono serio.
-¿Usted a mí? Llevo toda mi vida conduciendo por estas calles… Podría llevarla con los ojos cerrados incluso.
-Ya, verá, pero soy yo la que quiere alcanzar el destino, no usted –respondí tajante.
-De acuerdo, escupa.
-Irá usted por la avenida Paraíso, –así podré ver las maravillas del mundo- después girará a la derecha atravesando el boulevard Soledad –un poco de angustia para purificar el alma…- cuando finalice la calle, dé la vuelta a la rotonda y tome la calle Ilusión –para revitalizar un poco la mente y el corazón- y por fin, gire a la izquierda hasta alcanzar la avenida Tristeza –el destino de mi vida. El taxista había escuchado toda y cada una de mis palabras perplejo-.
-¿Pero no ve que es mucho más rápido el camino convencional? Seguimos recto, giramos a la derecha por la calle Decepción, y finalmente, llegamos.
-¿Y usted no ve que yo no quiero eso? Es su trabajo, usted me lleva y yo le pago. Mientras que le pague, qué le importa a usted que camino quiera seguir yo -además, de decepciones ya estoy servida, pensé, esta vez prefiero llegar a la tristeza sin tener que soportarlas, prefiero ahorrármelas por algo de dinero-.
-Está bien, pero si usted cree que es mejor evitarse la Decepción, no tiene sentido ir a la Tristeza. La una deriva de la otra… –contestó, como si me hubiese leído la mente. Nos quedamos en silencio- Un taxista que se precie tiene que saber sobre todas estas cosas querida, no me mire así.
-Pues ahora vea usted, mi casa está allí desde hace bastante tiempo, y tomemos la calle que tomemos, mi apartamento no va a cambiar de sitio. Tendré que seguir soportando el aire desesperanzador que entra cada mañana por la ventana y desayunar café amargo, porque no venden otro, o ninguno bueno, por si acaso se asoma una pizca de Alegría por allí.
»Me regalaron el apartamento, no se crea usted que lo elegí porque fuese más barato, y mucho menos por las vistas. Me echaron del mío en el boulevard Sueños y el único lugar que me cedieron fue este, aunque para esto… Casi es mejor la calle. Pero claro, ya sabe, en esta ciudad no existen lugares libres, cada uno tiene su sitio, y si no le toca la calle que usted quiere, no puede cambiar hasta que alguien no tiene –dije enfatizando el tiene- que pasarse a la suya, así de simple. Quien más tiene, elige calle, y a los demás nos mandan a lo que queda libre. Y no vea lo que cuesta volver a conseguir todo lo que ha perdido, no vea cuanto. Así que ahora hágame el favor y lléveme por esas calles, necesito sentir la vida colándose por la ventanilla, aunque sepa que será efímero. Le pagaré lo que haga falta.
-Verá, lo haré, pero escúcheme usted a mí. Luche por algo mejor, no se conforme con cruzar en taxi todos aquellos lugares en los que le gustaría vivir. Coja el caballo por las riendas, tome su vida como si fuese plastilina y moldéela a su gusto. Salga a comprar café a otros lugares y sintonice la radio de otros barrios, consiga ambientador o ramos de flores de otras calles muy lejanas a la suya, y comience a luchar por lo que quiere. Y ahora, la llevaré. ¿Quiere usted parar en algún lugar a por algo? –era increíble como hablaba, o más bien, cuánta razón tenía en lo que decía.
-Me gustaría enviar una carta, pero no la tengo escrita –contesté con tristeza.
-Está bien, escríbala mientras yo la llevo por lugares, que quizá, no haya visitado nunca. Sabrá donde estamos sólo por lo que sentirá en el pecho, no es necesario que mire. Y si tiene alguna duda, sólo tiene que preguntar.
Escribí a toda prisa, a un chico llamado Jorge, mi antiguo novio y del cual, a diferencia que él, seguía enamorada. Me había echado de su apartamento en la calle Felicidad para vivir con su nueva novia, sinceramente, una tía bastante irritante, y me habían dejado a mí el apartamento de la chica, que se llamaba Marta, en la avenida Tristeza. La cual era la avenida más grande de toda la ciudad, probablemente porque la mayoría de las personas no consiguen ser felices con la vida que llevan, el resto solían ser para pobres o artistas, y algunas, muy pocas, con un buen renombre, eran para la gente adinerada, o más bien, afortunada, porque importaba poco el dinero, sólo el estado del alma. Hacienda te revisaba el corazón año tras año, y si veían que no estabas donde debías, te mandaban a otro sitio, a veces era mejor, otras peor –la mayoría-. Escribía sobre como era mi vida ahora, y cuanto le echaba de menos. Sobre cuantas veces había intentando odiarle, y aborrecerle, y cómo había intentado sacarle de mi mente, e incluso me había propuesto quemar las fotos y los recuerdos, y como nunca lo había conseguido.
Escribí sobre lo desafortunada que me sentía y sobre todo lo que le echaba de menos, de cuánto, cuantísimo le quería y de alguna estupidez más que sólo yo podía haberme atrevido a decir.
-Por favor, pase por la calle Felicidad, tengo que entregar la carta, ya la he terminado. Muchas gracias por el paseo, he podido notar la Ilusión, la Imaginación –creo que por eso me atreví a escribir la carta-, el Amor, el Encanto, la Gratitud, la Humildad y la Unidad, la Confianza… De verdad, se lo agradezco. No me conoce de nada y ha hecho todo esto por mí. ¿Cuánto es? Desde aquí iré andando a casa. No importa, quiero mojarme a ver si me purifica el alma con el agua y aclaro mis ideas.
-Es gratis, la Vida es gratis. Así que el viaje le ha salido por nada, bueno, por unos minutos, pero nada más. Eso sí, viva, viva mucho y bien, que nadie le va a cobrar por ello. A uno le regalan la vida y además no le piden comisiones por los daños ocasionados, sino que le da cosas una y otra vez, la mayoría buenas aunque usted no lo note, ¡a estas alturas qué va a notar! Viva, que es lo único que tiene que hacer hasta que se muera.

14 marzo 2009

Volar como un pájaro

Tan sólo eran las 8:25 cuando me he despertado esta mañana y he decidido volar.
He abierto la ventana, he tomado una bocanada del frío aire que nos acompaña este mes de marzo, he cerrado los ojos y he saltado al vacío. He tocado el cielo y me he posado en una nube. Me he tumbado en ella y a cambio ella me ha enredado el pelo entre cada uno de sus brazos de esperanza.
Me he unido a una bandada de pájaros que decía regresar de África, me contaron maravillas sobre aquel continente casi olvidado y completamente inexplorado. He planeado una y otra vez, perdida entre polvo y polen y he caído en picado zambulléndome en un río que parecía llamarme para jugar al esconderite.
He abierto los ojos y me encontrado en mi balcón, tal y como me dejé. He encendido un cigarro y me he sentado a contemplar el horizonte que se puede ver más allá de esta insignificante civilización a la que pertenezco. He sentido escalofrios y libertad, he sentido envidia y admiración, y también miedo y esperanza.

11 marzo 2009

Oxígeno

Se respira amor en el ambiente, está cargado, es más, diría que nos encontramos ante una concentración saturada de amor.

Tengo asma, me ahogo, se me cierran las vías respiratorias y no dejan pasar el aire -o amor más bien-, aunque mucho mejor, conseguiré librarme de esta disolución gaseosa que crea la primavera siempre que llega y que tanto daño nos deja en el otoño cuando se caen las hojas que realizan la amorisíntesis -lo llamaría yo- que actuaban en el órgano diana llamado corazón.

Se empeña en ser dulce y apetecible, en vestirse de gala e invitarnos a su baile, y nosotros, como hipnotizados -o sin el como- siempre aceptamos la proposicion. Nos hace bailar, dar giros sobre nosotros mismos una y otra vez, y en uno de ellos coge y nos suelta haciéndonos caer por la propia fuerza de la gravedad.

Este aire sólo se encuentra en las zonas altas, que es de densidad baja y vuela muy alto, tanto, que pocos consiguen soportar el vértigo durante mucho tiempo, se bajan antes, eso sí, escalón a escalón, porque hay otros que nos caemos de sopetón.


Oxígeno, por favor, oxígeno. Que me hace falta.





10 marzo 2009

Ten valor

Ten el valor para levantarte por la mañana -esta mañana sobre todo- y no enredarte mucho en las sabanas, sólo lo justo y necesario. Poner el pie en el suelo –el derecho, siempre el derecho- y hacer temblar el mundo, intentando demostrarle –o demostrarte- que estás aquí y que vas a dar guerra, que nadie te va a callar y que no te vas a rendir tan fácil.

Desperézate, lávate la cara y sobre todo, abre los ojos. Mira el mundo desde otra perspectiva, desde varias diferentes: gira la cabeza, date la vuelta, mira hacia arriba, hacia abajo, cerrando un ojo, abiertos de par en par o incluso cierra ambos, a ver que se siente, pero mira bien. Prueba de tantas formas como quieras y se te ocurran y comprende la realidad, que pocas cosas hay tan malas como vivir engañado, por no decir ninguna.

Toma un café, dos o incluso tres, hasta que la sangre vuelva a fluir por tus venas como lo hace de costumbre, como cuando estás feliz y el corazón te late desbocado, incluso hasta llegar a ese punto en el que a veces se te sale del pecho y tienes que sujetarlo con las manos antes de que se te escape.
Pon la radio, o mejor aún, algo de música, algo alegre que te haga sentir viva. Canta, a todo pulmón y desmelénate. Permítete el gusto de ser feliz, o de intentarlo al menos.

No te quedes dentro de tus propias murallas negándote el paraíso exterior.


¡Llorar de felicidad! ¡Qué sensación!

05 marzo 2009

I promise...



¿A caso te crees que yo no tengo miedo? ¿Qué yo nunca he tenido miedo? ¿Qué yo no escaparía y lo dejaría todo? ¿Qué no me iría lejos de aquí y empezaría de nuevo, lejos, abandonando todo y huyendo como un cobarde? ¿Qué crees que no estoy cansado? Sabes que sí, pero la vida nunca es una partida fácil, y eso también lo sabes. Pero si sigo aquí, si sigo soportando todo esto, si he cambiado ha sido para intentar que tú cambies y vuelvas a ser la de siempre, porque no me merece la pena ser alguien si tú no eres la persona que yo conocí y de la que me enamoré. Si la vida merece la pena es porque te conozco y puedo compartirla contigo, y si tú no eres capaz de notar lo que hago no merece la pena que intente nada. Por eso he puesto todo mi empeño, mi ilusión y mi alma en ayudarte, en hacerte salir de esto.

¿Te crees que yo no he querido abandonar un millón de veces y dejarlo todo? ¿Intentar olvidarte y pensar que quizá fuese lo mejor? Lo he pensado cientos, incluso millones de veces, pero no lo he hecho porque si mi vida tiene sentido es porque tú estás en ella, de la forma en que estés no importa, porque al menos sé que estás.

A mí también me gustaría poder mostrar a los demás lo felices que somos, pero eso no es así, y juro que te voy a ayudar y lo conseguiremos, juntos, y no me voy a ir, no te voy a dejar ni aunque me lo pidas de rodillas.

Creo que ya lo sabes, pero sé que necesitas –o quieres– que te lo recuerde, porque estás perdiendo la razón, estás perdiendo la esperanza, la fe en ti, y en nosotros, y para serte sincera es mucho peor que pierdas la fe en ti misma, por tú siempre tendrás que estar contigo misma, y si no crees en ti nadie más va a hacerlo. Nadie va a dar nada por ti si no les demuestras la pena que mereces la pena, y yo sé que la mereces.
Escucha bien lo que te digo. Lo conseguiremos, lo sé. No me importa que el mundo se nos caiga encima, podremos con él y con todo lo que venga. Estamos juntos… Juntos, y es realmente irónico, porque no se puede estar siempre junto a alguien, eternamente, pero estemos donde estemos siempre habrá una parte de nosotros que esté junto al otro.
Te prometo que haré lo que sea por salir de esta, por salvarnos, porque necesitamos que alguien nos salve, pero nadie puede hacerlo por nosotros por mucho que pidamos ayuda, tenemos que hacerlos nosotros mismos.
Siempre en primera persona del plural, juntando la primera y segunda del singular.

03 marzo 2009

Yo misma.

Mi vida consiste en una rutina continua. Perderme entre libros, pasar días sin dormir, y al final de todo amigos y alcohol. Esto suena estúpido, pero todas las semanas de mi vida son iguales.

Paso horas y horas frente a libros que no me dicen nada, me privo de horas de sueño, acabo pasando unas pocas horas al final de la semana con mis amigos y la mayor parte de esas horas acabo bebiendo por sentirme un poco mejor con mi vida. Sin embargo, nunca me puse borracha, o me eché a llorar muriéndome de pena por los recuerdos. Eso lo reservo para otros días.

Cuando tengo tiempo libre, soy un visto y no visto, puedes pasarte un día pegado a mí sin perderme de vista y después estar sin verme siete días, cuando al quinto te enteras de que me he ido de viaje. Y que cuando llegue, me vuelvo a ir. Y te preguntas cuando podrás estar un día conmigo sin que parezca que estoy en otro planeta, porque la verdad, lo suele parecer. A veces tengo trances, o no sé como llamarlo, y de repente es como si despertase después de un lapso y digo un “¿qué?” algo aturdida, todo empieza a girar rápido hasta que me doy cuenta de donde estoy y de que no tengo ni idea de lo que ocurre a mi alrededor. Decidí irme un rato de esto a lo que denominamos mundo.

Suelo quejarme siempre de todo, nunca estoy conforme con nada, y nada me gusta lo suficiente. Aún así me emociono con facilidad (normalmente por cosas sin importancia) y con frecuencia me pierden las formas. Peco de sincera, aunque a veces resulte molesto, tampoco me importa demasiado. Odio las felicitaciones y los cumplidos, aunque a veces suelo hacer alguno, siempre digo lo que pienso (tanto bueno como malo), me paso el día juzgando al mundo y no suelo estar de buen humor (aunque parezca lo contrario).

Si no me apetece sonreír puedes ir olvidándote, porque no lo vas a conseguir, muy poca gente consigue hacerme sonreír cuando no tengo ganas. Me suelen entrar ataques de risa tontos en los que no puedo parar, y cuando parece que he terminado, vuelvo a empezar hasta que acabo ahogándome. Me cuesta mucho llorar, pero me encanta, yo creo que si pudiese me tiraría horas y horas llorando, bueno, ciertamente si suelo llorar a menudo, pero siempre es de felicidad. Cuando estoy triste no consigo llorar, pero me pongo a temblar y para que me está dando un ataque epiléptico (hace falta ser idiota), y cuando me emociono mucho me pica la nariz en vez de salirme dos lágrimas de los ojos.

Me gustan las nubes esponjosas, pero odio el no poder tocarlas con la mano (lo sé, es imposible), me gusta caminar oyendo música, me gusta cantar en inglés para mis adentros. Nunca canto en la ducha pero siempre muevo los labios mientras levanto la cabeza y el agua me cae en la cara. Alguna vez he estado a punto de caerme dentro de la lucha porque me suele dar por bailar oyendo alguna canción hasta que me doy cuenta de que es una locura. No soporto las uñas largas y siempre las llevo pintadas, más que nada para así quitarme el esmalte cuando me aburro. Me gusta oler la colonia de la gente cuando pasa a mi lado y también oler la mía todos los días, aunque ya sepa como huele. Me encanta entrar al baño después de que alguien se duche y notar el calor, la humedad y el olor a champú. Me encantan las tostadas los domingos, y también esos domingos de resaca que no quieres salir de la cama en todo el día. Me encantan las ramas de los árboles cuando se mezclan con el cielo, y los colores del otoño también. Me gustan esos mensajes inesperados o cuando suena el teléfono y te alegras de que te llamen aunque no tengas ni idea de quien es. Me gusta gesticular mientras hablo y cambiar el timbre de mi voz a medida que la frase avanza. Me encanta hablar rápido y atropelladamente, sin que se entienda la mitad. Me gusta estar sola en casa y tumbarme en el sofá a oír música con la luz apagada, aunque a veces doy un salto y me pongo a bailar.

Gasto gran parte de mi tiempo poniendo caras en el espejo, y si me hablas en uno de esos momentos, no te contestaré hasta que me de por satisfecha. Cuando leo me pierdo entre las páginas y resulta inútil llamar mi atención. Siempre estudio con música, siempre estoy oyendo música, adoro la música. Cuando me siento mal escribo o toco la flauta, bueno, a veces hablo con alguien, pero no muchas. Me encantan los atardeceres y las perspectivas. Me gusta debatir temas tanto estúpidos como importantes. Siempre suelo quitar tensión a las discusiones con alguna frase estúpida y suelo esconderme a los problemas, o esa impresión me da.

No suelo tirar nunca la toalla hasta que veo que de verdad llegó el momento de hacerlo, hasta que no puedo más. Nunca cuanto secretos y suelo parecer la Celestina, cosas de la vida. A veces siento que vivo más para los demás que para mí misma, y al final del día siempre acabo agotada aunque cuando me meto a la cama nunca puedo dormir y me dedico a traducir canciones mentalmente, tan tonta como parezco.

¿Qué si no hay cosas que odio? Te sorprendería saber cuentas. No soporto el tic-tac del reloj ni esos relojes de agujas que sólo tiene dibujadas las rayas. No soporto los cumplidos y mucho menos la gente que intenta quitarles importancia. No aguanto las mentiras, ni mucho menos a los mentirosos. Esas personas que se dan aires de grandeza me resultan insoportables y las personas que ocultan lo que son sólo para “encajar” me dan cierta pena. Me pone nerviosa que salte el aceite a las manos cuando estás friendo algo o que no se disuelva el Cola Cao en leche fría. No soporto a la gente que me cotillea todo sin pedir permiso o a los que te arrebatan el teléfono móvil de la mano y miran lo que nadie les ha dicho que miren. Me pone nerviosa dejarme el flash de la cámara quitado o cuando se me olvida quitarlo y sale en el espejo. Odio la televisión, me aburre y me parece una basura, sin embargo me gusta el cine. Me saca un poco de quicio los escépticos, los apáticos, los abúlicos y la gente extremadamente pesimista. Las cosas extremadamente perfectas consiguen agobiarme, es más, siempre estoy agobiada, aunque no pase nada, es una sensación continua. De vez en cuando, con alguna mala noticia, siento que no puedo respirar y de repente me quedo vacía: ni pienso, ni siento, ni hablo, ni me muevo. En el fondo, eso me gusta.

No pensar nada, oír pero no poder procesarlo y tener mil sensaciones pero no sabes cual es cada una y la verdad es que te da absolutamente igual. Simplemente es una sensación de paz extrema.

¿Qué que hay de lo que deseo? Eso seguramente sea tanto que no quepa en lo que queda de folio, pero… no sé que poner… El futuro… el futuro me da miedo. Como otras tantas cosas, pero el futuro más. Ni me gusta, ni me disgusta, simplemente me aterra y a veces prefiero huir de él, por eso no sé que poner. Estoy confusa. Creo que es comprensible.

Por cierto, siempre meto la pata y casi nunca me arrepiento de nada.