09 agosto 2009

Carla



Carla es de ese tipo de mujeres que parecen haber nacido para que los demás al mirarlas se sientan un poco mejor con su vidas.
Hasta el destino se ha reído de ella, tantas veces que a la décima decidió dejar de contar. La primera vez fue en un callejón cuando tenía trece años, allí dijo adiós a su virginidad y casi -casi- a su vida.
Mujer de futuro incierto y muerta en vida que sólo busca algo de luz entre tanta oscuridad.
Carla vende su cuerpo por dinero, y no tendrá ningún reparo en decirte que es una puta, porque ,como ella dice: al fin y al cabo es lo que es, aunque otros quieran llamarlo de otra forma.
Si no puede esperar más de la vida no lo va a hacer. No quiere fingir ser quien no es y nunca será. No quiere falsas ilusiones ni tampoco sueños que no se cumplirán.
Quiere vivir. Pero si no le dejan, basta con pasar de largo y hasta nunca.
Son las ocho y tres minutos de un martes de febrero.
Carla se encuentra en su habitación en un hostal de mala muerte rodeada de un hedor a cañerías oxidadas. Restos de cocaína permanecen sobre la mesilla, su ropa rota descansa sobre una silla y ella yace en la cama desnuda, mostrando su cuerpo lleno de heridas y cicatrices a ese hombre que no la está mirando y nunca lo hizo, que nunca la miró a los ojos y le dijo que la quería, a ese hombre que nunca existió. Carla tiene una pistola en la mano, y sin embargo eso a nadie le importa. A nadie le importa esa hora, ni ese día, ni esa habitación, ni que Carla esté a punto de suicidarse. Eso le da igual a todo el mundo, y lo peor, es que a ella también.

¡Pum!