12 noviembre 2009

Alicia

A Alicia, un día, se le escapó el alma por la boca, y realmente no sintió nada, se quedó tal cual estaba. No le pasó nada, ni si desplomó, ni se puso triste, ni le dolió un poquito el corazón. Pero es que fue eso exactamente lo que le sucedió, que no sintió nada porque no podía sentir, y no le dolía nada, y realmente estaba triste pero ella no lo sabía, porque ella ya no podía saber esas cosas. Era una extraterrestre en la Tierra, un ser nuevo suelto en plena ciudad. Fuerte como ninguno y frío como todos.
Nadie la reconocía, era alguien desconocido, una nueva mujer. ¿O debería decir una nueva máquina? Sé que es difícil de imaginar, pero Alicia estaba vacía, hueca, como los botes de galletas después del desayuno y las bolsas de gominolas después de un atracón. Pero mucho menos dulce. Y esto a Sergio le dolía, porque Sergio quería a Alicia desde hace mucho tiempo. La quería en silencio, a escondidas, en pequeños retazos, a sutiles pinceladas que se entreveían en sus sonrisas matutinas, y se ponía triste porque ahora ella le saludaba como se saluda a un extraño de esos que miran con insistencia cuando una está en el ascensor o espera en la parada de autobús. Le sonreía de mentiras y bajaba la cabeza, entre ruborizada y nerviosa, si es que ella podía estarlo.
Sergio estaba más triste que nunca, así que un día habló a Alicia en la parada de autobus.
-Alicia, dime, ¿qué te sucede últimamente? Estás rara, distante, fría.
-¡Oh, no lo sé Sergio! Es horrible, yo también lo sé. ¿Sabes? Me siento como de otro planeta, me siento aburrida. Todo me parece igual, soy una conformista. ¡Yo! ¿Te lo puedes creer? Yo nunca he sido eso, yo soy de las que sonríen cuando un rayo de sol les roza la piel, que miran atontadas el atardecer desde la ventana y caminan tarareando canciones, y en cambio, ya nada de eso me gusta. No sé qué me sucede. Realmente no estoy triste, y quizá eso sea lo peor de todo. Sergio, no siento, me siento como si fuera una máquina. Pero sé algo, y es que no me gusta lo que veo. Sergio... necesito que me salves... ¡sálvame!
Entonces, Sergio, llevado por un impulso, le dió un beso, que resultó ser la cura de todos los males del mundo, porque Alicia tenía un corazón tan grande, que tenía un alma de repuesto.