15 septiembre 2010

Dolorosa soledad

Y de repente un beso, y después un mordisco en el cuello, y por último, desprenderte de la ropa casi desesperadamente buscando un contacto físico que ansías, como un drogadicto necesita de su heroína.
Verte sumido en un bucle infinito que te lleva al centro mismo del placer cósmico en una entrepierna que probablemente no te pertenezca pero que al menos, te hace sentir mejor aunque después vuelvas a sentirte exactamente igual que siempre, igual que los últimos veintitrés años y medio de tu vida: solo. Esa es la palabra, solo.
Comprender que, al fin y al cabo, el sexo no lo es todo. Comprender que al final las letras de Sabina tenían razón.