30 diciembre 2010

Era como un extraterrestre en Madrid.

Tenía una forma -casi profesional- de ser borde hasta resultar fastidiosa, que al final, resultaba ser una de las virtudes ocultas entre aquella personalidad que no conocías, pero querías conocer.
Era borde hasta la médula, pero es que no podía ser de otra forma. ¿Cómo sino? La hipocresía no iba con ella, ni siquiera las pequeñas mentirijillas piadosas. Era más “así son las cosas, y si no te gusta, arrea”. A veces sonrío al pensar en ella y en aquella cara que ponía al mandarte a la mierda después de que te quejaras de sus maneras. “Pues si no te gusta, te aguantas” te decía, y se quedaba tan ancha. Y tú, mientras tanto, con la cara como un tomate maduro.
Pero aún así, era imposible no quererla, por muy arisca que fuese y muchas barbaridades que te dijera, tú sabías que tenía buen corazón y que te tenía guardado en una parte de él. Nunca te decía si grande o pequeña, pero eso era lo de menos. Porque… ¿Cómo ibas a no quererla? No haberla querido hubiese sido una idiotez pero de las grandes, un error garrafal.
Había momentos en los que discutías con ella de cosas incongruentes que no llevaban a ninguna parte. A veces, incluso era imposible seguir la conversación, ya que el lenguaje que utilizaba era una especie de código encriptado sólo apto para gente-muy cabreada-con-pájaros-en-la-cabeza. Eso sí, sabía hacer que te enfadaras de verdad, tanto que volvías a casa pensando en la maldita conversación, y al final cedías. Al final le dabas su merecida razón, pero no se lo decías porque te hería en el orgullo saber que tenía razón desde el principio, como casi siempre.
No me preguntes por qué, pero una persona curiosa. De esas que te cruzas por la calle y sonríes, y sigues pensando en ella un largo rato mientras escuchas tu canción favorita con los cascos sobre la cabeza y la lluvia sobre Madrid. Era una de esas personas que no podía estar situada en otro lugar mejor que París. Eran como una simbiosis, el uno se necesitaba al otro para su existencia completa, aunque aún así, Madrid no le sentaba del todo mal. Eso sí, seguía teniendo cara de turista después de nueve años. Era como si fuese un añadido sinsentido en mitad de la Gran Vía esperando un billete de vuelta a casa.

1 susurros:

Emilia S dijo...

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Catherine

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