Tenía una forma -casi profesional- de ser borde hasta resultar fastidiosa, que al final, resultaba ser una de las virtudes ocultas entre aquella personalidad que no conocías, pero querías conocer.
Era borde hasta la médula, pero es que no podía ser de otra forma. ¿Cómo sino? La hipocresía no iba con ella, ni siquiera las pequeñas mentirijillas piadosas. Era más “así son las cosas, y si no te gusta, arrea”. A veces sonrío al pensar en ella y en aquella cara que ponía al mandarte a la mierda después de que te quejaras de sus maneras. “Pues si no te gusta, te aguantas” te decía, y se quedaba tan ancha. Y tú, mientras tanto, con la cara como un tomate maduro.
Pero aún así, era imposible no quererla, por muy arisca que fuese y muchas barbaridades que te dijera, tú sabías que tenía buen corazón y que te tenía guardado en una parte de él. Nunca te decía si grande o pequeña, pero eso era lo de menos. Porque… ¿Cómo ibas a no quererla? No haberla querido hubiese sido una idiotez pero de las grandes, un error garrafal.
Había momentos en los que discutías con ella de cosas incongruentes que no llevaban a ninguna parte. A veces, incluso era imposible seguir la conversación, ya que el lenguaje que utilizaba era una especie de código encriptado sólo apto para gente-muy cabreada-con-pájaros-en-la-cabeza. Eso sí, sabía hacer que te enfadaras de verdad, tanto que volvías a casa pensando en la maldita conversación, y al final cedías. Al final le dabas su merecida razón, pero no se lo decías porque te hería en el orgullo saber que tenía razón desde el principio, como casi siempre.
No me preguntes por qué, pero una persona curiosa. De esas que te cruzas por la calle y sonríes, y sigues pensando en ella un largo rato mientras escuchas tu canción favorita con los cascos sobre la cabeza y la lluvia sobre Madrid. Era una de esas personas que no podía estar situada en otro lugar mejor que París. Eran como una simbiosis, el uno se necesitaba al otro para su existencia completa, aunque aún así, Madrid no le sentaba del todo mal. Eso sí, seguía teniendo cara de turista después de nueve años. Era como si fuese un añadido sinsentido en mitad de la Gran Vía esperando un billete de vuelta a casa.
30 diciembre 2010
15 septiembre 2010
Dolorosa soledad
Y de repente un beso, y después un mordisco en el cuello, y por último, desprenderte de la ropa casi desesperadamente buscando un contacto físico que ansías, como un drogadicto necesita de su heroína.
Verte sumido en un bucle infinito que te lleva al centro mismo del placer cósmico en una entrepierna que probablemente no te pertenezca pero que al menos, te hace sentir mejor aunque después vuelvas a sentirte exactamente igual que siempre, igual que los últimos veintitrés años y medio de tu vida: solo. Esa es la palabra, solo.
Comprender que, al fin y al cabo, el sexo no lo es todo. Comprender que al final las letras de Sabina tenían razón.
Verte sumido en un bucle infinito que te lleva al centro mismo del placer cósmico en una entrepierna que probablemente no te pertenezca pero que al menos, te hace sentir mejor aunque después vuelvas a sentirte exactamente igual que siempre, igual que los últimos veintitrés años y medio de tu vida: solo. Esa es la palabra, solo.
Comprender que, al fin y al cabo, el sexo no lo es todo. Comprender que al final las letras de Sabina tenían razón.
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Pasiones nocturnas,
Vitalidades
01 mayo 2010
Varsovia es una ciudad muy fría
Ya ha anochecido y las sombras caen impávidas sobre las calles. La nieve sigue cayendo al otro lado del cristal y el frío me cala hasta los huesos. Varsovia es mucho más fría de lo que yo pensaba. A veces temo quedar congelado cuando me despierto en mitad de la noche en esta habitación de tres por dos sin calefacción, y en esos momentos pienso en ti, porque es lo único que consigue mantenerme activo, tu pensamiento, sino siento que moriría por hipotermia.
¿Que qué pienso?, querida Ann. Pienso en lo que pudimos haber sido tú y yo si aún siguiésemos juntos. Nos imagino sentados en la playa viendo amanecer, con nuestra pequeña casita de fondo -blanca, de madera y con porche, como las de las películas. Imagino un sol rojizo reflejándose en el agua y las primeras gaviotas del día sobrevolando nuestras cabezas, dándonos los buenos días. Te imagino acurrucada en el interior de una manta con mis brazos sujetándote alrededor de tu pecho y tu cabeza apoyada en el mío. Imagino cómo el olor a frutas de tu pelo penetra en mi interior y me inunda, me llena, me revive. Y después me pregunto por qué es tan trágico el destino. ¿Por qué…?
Al final he terminado escribiéndote cartas que no sé si recibes -o si lees- a la luz de una vela con las manos casi congeladas y con unos pocos conocimientos sobre gramática.
Aún recuerdo el día que nos juramos amor eterno, éramos unos críos, pero yo aún cumplo esa promesa. Te amo, y lo sabes, sabes que sino no te escribiría esto… Y también sabes que nunca hubiese podido amar a otra persona que no fueras tú, pero con el tiempo comprendí que no serías capaz de cumplir con una promesa tan descabellada. Te casaste con aquel hombre de traje y sombrero del que nos reíamos a sus espaldas, después de las citas que te concertaban tus padres. Y en esos días, en esos momentos que yo estaba solo me moría de envidia, los celos me comían por dentro, pero después venías tú con tu sonrisa y me decías que me querías a mí y que jamás te casarías con él, ni con nadie que no fuera yo. Pero la vida es así, y al final hiciste lo que tus padres te mandaron, porque el dinero pudo con el amor, como casi siempre.
Sé que aún me quieres, o al menos que me echas de menos, o que me echaste alguna vez…
A veces sueño con que al leer una de mis cartas volverás a buscarme y nos escaparemos juntos al medio de ninguna parte, y nos reiremos de nuevo del hombre con traje y sombrero, y me dirás que sólo me quieres a mí y que siempre será así, y que nunca te irás con nadie que no sea yo.
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Cartas sin destinatario,
Mini-historias
15 marzo 2010
Tal como te lo cuento.
Ella era una de esas mujeres hipnóticas, las cuales atraen a los hombres como la miel a las moscas, y lo mejor de todo era que uno no podía dirigirse por el raciocinio y dejar de seguirla, no; sino que perdías la consciencia y lo único que podías hacer era ir tras ella. Y aunque sabías que nunca sería tuya, porque esas mujeres no son de nadie, sus curvas te guiaban en un vaivén en cuyos dos extremos estaba ella. Ella y sus caderas, ella y sus pechos, ella y sus muslos, ella y sus labios rojo pasión… Y te daba igual estrellarte una y otra vez en cada una de sus curvas y salir mal parado, porque aquello podía contigo. Aquella mujer era diferente, era una Venus.
Tenía una mirada que enturbiaba el pensamiento y paralizaba a uno los sentidos. Una mirada hipnotizante que te retenía cerca, cerca del peligro, cuanto más cerca mejor. Una mirada sedienta de una sed insaciable. Una mirada que te incitaba a devorarla allí mismo.
Tenía una mirada que enturbiaba el pensamiento y paralizaba a uno los sentidos. Una mirada hipnotizante que te retenía cerca, cerca del peligro, cuanto más cerca mejor. Una mirada sedienta de una sed insaciable. Una mirada que te incitaba a devorarla allí mismo.
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Mini-historias,
Pasiones nocturnas
25 febrero 2010
La historia de Amanda (II)
Jaime la había abandonado hace poco más de una semana. Había recogido todas las cosas que eran suyas y se había largado del piso que compartían sin dejar nada más que una nota en la que ponía: “Lo siento Amanda, algún día lo entenderás…”
Eran las 14:25 de un frío lunes de enero y Jaime saldría del trabajo en cinco minutos. Ella esperaba cabizbaja vestida con un vaquero y una sudadera ancha y vieja que había encontrado entre los cajones, era de cuando aún tenía tiempo para jugar a baloncesto. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y unas ojeras muy marcadas de no haber dormido apenas durante días. La gente pasaba frente a ellas sin mirarla, como si no hubiese nadie en aquel banco, era poco más que invisible.
Amanda no aguantaba más, necesitaba una explicación a todo aquello o sino acabaría dando en loca. ¿Por qué Jaime lo había hecho aquello? ¿Cómo que lo entendería? Ella no entendía nada.
Miró el reloj una vez más. Eran las 14:37 y Jaime aún no había salido. Amanda se empezó a preocupar así que se enjugó los ojos, ser irguió y caminó hacia la entrada de las oficinas para preguntar por él. Conocía ese edificio bastante bien, así que caminó directa hacia secretaría.
Podeis leer más aquí. Y a poder ser comentadme ahí.
Gracias.
(Cuando tenga un rato contestaré todos los comentarios sin dejarme ninguno.)
Eran las 14:25 de un frío lunes de enero y Jaime saldría del trabajo en cinco minutos. Ella esperaba cabizbaja vestida con un vaquero y una sudadera ancha y vieja que había encontrado entre los cajones, era de cuando aún tenía tiempo para jugar a baloncesto. Tenía los ojos hinchados de tanto llorar y unas ojeras muy marcadas de no haber dormido apenas durante días. La gente pasaba frente a ellas sin mirarla, como si no hubiese nadie en aquel banco, era poco más que invisible.
Amanda no aguantaba más, necesitaba una explicación a todo aquello o sino acabaría dando en loca. ¿Por qué Jaime lo había hecho aquello? ¿Cómo que lo entendería? Ella no entendía nada.
Miró el reloj una vez más. Eran las 14:37 y Jaime aún no había salido. Amanda se empezó a preocupar así que se enjugó los ojos, ser irguió y caminó hacia la entrada de las oficinas para preguntar por él. Conocía ese edificio bastante bien, así que caminó directa hacia secretaría.
Podeis leer más aquí. Y a poder ser comentadme ahí.
Gracias.
(Cuando tenga un rato contestaré todos los comentarios sin dejarme ninguno.)
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La historia de Amanda
18 febrero 2010
¿Por qué te tuviste que ir?
Marina era bonita incluso hasta cuando estaba de mal humor y cuando se reía le salía un hoyito en la mejilla derecha. Era como una niña pequeña: siempre dormía con calcetines –incluso en verano-, sólo tomaba cola cao y su pasta de dientes era de fresa porque sino le picaba. Le gustaba el olor a incienso de vainilla y encender un montón de velas olor naranja. Adoraba las películas de Disney, las palomitas y los pequeños detalles.
Marina me quería. Me lo decía con besos de esquimal y sonidos que interpretaba como palabras de amor cuando la dejaba en la cama medio dormida para ir a trabajar.
Me recordaba que me quería cada día, a veces siento que no estuve a su altura y por eso se tuvo que ir, para volar alto.
Marina me quería. Me lo decía con besos de esquimal y sonidos que interpretaba como palabras de amor cuando la dejaba en la cama medio dormida para ir a trabajar.
Me recordaba que me quería cada día, a veces siento que no estuve a su altura y por eso se tuvo que ir, para volar alto.
Se levantaba con una sonrisa en la cara incluso cuando estaba en el hospital y no tenía fuerzas ni para incorporarse en la cama. Extendía los brazos y me hacía acercarme para darme un abrazo con sus débiles brazos y un beso en la mejilla. Creo que estaba feliz, tranquila, como quien sabe que ese es su destino y lo acepta. Supo afrontarlo con valor, cosa que creo que yo no conseguí ni conseguiré nunca. No creo en Dios ni en nada parecido, pero me atormenta pensar que ya no estás y no estarás nunca más, sobre todo cuando me tumbo en la cama y está fría y vacía sin ti. Te tenía que haber dicho que te quería más veces. Te echo tanto de menos… ¿Por qué te tuviste que ir?
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Mini-historias
11 febrero 2010
La historia de Amanda (I)
Amanda esperaba sentada en un banco a la salida del trabajo del que había sido –y era- el amor de su vida.
Jaime la había abandonado hace poco más de una semana. Había recogido todas las cosas que eran suyas y se había largado del piso que compartían sin dejar nada más que una nota en la que ponía: “Lo siento Amanda, algún día lo entenderás…”
Eran las 14:25 de un frío lunes de enero y Jaime saldría del trabajo en cinco minutos. Tampoco quería dejar abandonado este blog, así que para los que me seguís por aquí, he comenzado a escribir una historia. La actualizaré a mundo en el blog que dejé la entrada anterior.
Si alguien quiere leer más, puede pasar por ahí o sino puede esperar a que tenga un rato para actualizar aquí.
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La historia de Amanda
08 febrero 2010
Mudanza temporal
Bueno, hablemos de tú a tú.
He creado un nuevo blog en la página de larioja.com para participar en un concurso de blogs y hasta que éste finalice (en abril, si no creo mal) escribiré todo ahí. Bueno, no todo, también algunas cosas aquí, pero agredecería que los comentarios fueran allí.
Os agradecería si os pasarais y comentarais allí, no hace falta crear una cuenta para comentar y los comentarios en las entradas también son tomados en cuenta al elegir a los ganadores.
Os lo agradecería muchisísimo.
La dirección del blog es:
Thank you :)
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Concurso
11 enero 2010
Sí, extremadamente poético.
Sí, muy poético y todo eso, pero al final todo es una auténtica mierda, vamos que te ha jodido bien jodida.
Sí, precioso: "si yo te quiero mucho..." y entonces tú ya fruncias el ceño y pensabas: ¿Pero qué sucede? medio perdida en cien mil ideas que se amontonaba en tu cabeza ¿qué puede ser? Y entonces venía lo malo: "pero es que lo nuestro no funciona... no sé... somos tan diferentes..."
Entonces tú te echabas a llorar como una desesperada, porque claro, a ver qué coño ibas a hacer ¿no? Porque en una situación así a nadie le queda orgullo, es como si estuvieras desnudo delante de una persona con la cual no tienes vergüenza, pero de repente sintieras un pudor inmenso e intentarás taparte de alguna forma sin saber cómo, tiras de la manta y no lo consigues de ninguna forma, vamos, que adiós orgullo, adiós sonrisa y te echas a llorar a rienda suelta, sin parar, a mares. Y mientras intentas articular alguna frase un tanto coherente o que pudiera salvarte un poco del ridículo en el que te estabas sumiendo, miras su cara y ves esa expresión amarga y profunda de: "lo siento, pero es lo que tenía que hacer", y entonces te duele más, porque claro, a ver quien se cree eso de que tienes un disgusto enorme por haberme dado una patada en el culo y haberme destrozado el corazón, vamos, que en ese momento no sabes si entristecerte aún más o sentir asco, pero tú sigues llorando porque ni siquiera sabes cómo sentirte, bueno, sí, triste, pero ¿y qué más?
De repente comienzas a sentir un extraño odio hacia el amor, sobre todo hacia el que sentías hacia esa personas, y más que nada lo odias porque te duele tan dentro de ti que crees que odiándolo va a decidir irse, pero no se va ni a buenas ni a malas, ahí se queda, es como una de esas balas que no se pueden extraer porque harían más daño del que ahorrarían.
Y entonces decides no creer más en el amor, y pensar que todos los hombres son unos cerdos y todas esas cosas que repiten las mujeres de las películas una y otra vez a sus mejores amigas, y todo eso de que no te vas a volver a enamorar, y que el amor no existe, y mil patrañas más que te crees tan sólo lo que tardas en decirlo.
Luego llega otro y crees que todo será diferente, y que jamás terminará porque este te quiere de verdad, y otras mil mentiras más de las de siempre, porque al final siempre duele, un poco más o un poco menos, pero doler, duele.
Sí, precioso: "si yo te quiero mucho..." y entonces tú ya fruncias el ceño y pensabas: ¿Pero qué sucede? medio perdida en cien mil ideas que se amontonaba en tu cabeza ¿qué puede ser? Y entonces venía lo malo: "pero es que lo nuestro no funciona... no sé... somos tan diferentes..."
Entonces tú te echabas a llorar como una desesperada, porque claro, a ver qué coño ibas a hacer ¿no? Porque en una situación así a nadie le queda orgullo, es como si estuvieras desnudo delante de una persona con la cual no tienes vergüenza, pero de repente sintieras un pudor inmenso e intentarás taparte de alguna forma sin saber cómo, tiras de la manta y no lo consigues de ninguna forma, vamos, que adiós orgullo, adiós sonrisa y te echas a llorar a rienda suelta, sin parar, a mares. Y mientras intentas articular alguna frase un tanto coherente o que pudiera salvarte un poco del ridículo en el que te estabas sumiendo, miras su cara y ves esa expresión amarga y profunda de: "lo siento, pero es lo que tenía que hacer", y entonces te duele más, porque claro, a ver quien se cree eso de que tienes un disgusto enorme por haberme dado una patada en el culo y haberme destrozado el corazón, vamos, que en ese momento no sabes si entristecerte aún más o sentir asco, pero tú sigues llorando porque ni siquiera sabes cómo sentirte, bueno, sí, triste, pero ¿y qué más?
De repente comienzas a sentir un extraño odio hacia el amor, sobre todo hacia el que sentías hacia esa personas, y más que nada lo odias porque te duele tan dentro de ti que crees que odiándolo va a decidir irse, pero no se va ni a buenas ni a malas, ahí se queda, es como una de esas balas que no se pueden extraer porque harían más daño del que ahorrarían.
Y entonces decides no creer más en el amor, y pensar que todos los hombres son unos cerdos y todas esas cosas que repiten las mujeres de las películas una y otra vez a sus mejores amigas, y todo eso de que no te vas a volver a enamorar, y que el amor no existe, y mil patrañas más que te crees tan sólo lo que tardas en decirlo.
Luego llega otro y crees que todo será diferente, y que jamás terminará porque este te quiere de verdad, y otras mil mentiras más de las de siempre, porque al final siempre duele, un poco más o un poco menos, pero doler, duele.
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Mini-historias,
Puntos y apartes,
Vitalidades
09 enero 2010
Tengo unas ganas de hacerlo...
Total, que una sale a comprar unas manzanas y una baguette y acaba tirándose a un desconocido en el coche, así sin más ni más. Poco más y del calentón no pasamos del cajero, no sé, vamos, que yo tampoco soy así, pero es que se me puso delante con esa cara de "tengo unas ganas de hacerlo contigo aquí mismo" que... que me obcequé.
Cualquiera le decía que no, joder, pero si se me cayeron las bragas nada más mirarle, que no tenía ni opción a pensar. La mente iba por un lado y el cuerpo por otra, y a mí me podía el cuerpo, que nunca he sabido controlar mis impulsos, vaya, que si me pasa en cualquier otro sitio me busco a otro, o me cuelo en cualquier baño de hombres a tirarme al primero que pase, sin reparos, que estas cosas es malo guardárselas.
Cualquiera le decía que no, joder, pero si se me cayeron las bragas nada más mirarle, que no tenía ni opción a pensar. La mente iba por un lado y el cuerpo por otra, y a mí me podía el cuerpo, que nunca he sabido controlar mis impulsos, vaya, que si me pasa en cualquier otro sitio me busco a otro, o me cuelo en cualquier baño de hombres a tirarme al primero que pase, sin reparos, que estas cosas es malo guardárselas.
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